Viaje a Bretaña

 

15 DÍAS EN BRETAÑA

 21de julio

Ya estamos en la Bretaña, en Lannion, un pueblo casi de costa (lo separan de ella 6 km). Se trata de un pueblo o de una ciudad pequeña: unos 15.000 habitantes distribuidos en un casco urbano muy extenso, de casas de dos o tres alturas, fachadas blancas o claras y tejados negros de pizarra.

1 El viaje ha sido todo lo excelente que permiten los más de 900 km que nos hemos echado al cuerpo sobre todo Antonio y yo, los conductores. Las chicas no nos han dado un ruido: periódicamente – entiéndase cada dos por tres – se concentraban en pensamientos que debían ser muy profundos a juzgar por las horas que se han pasado cabeceando mansamente de derecha a izquierda y de izquierda a derecha como diciendo ‘ No estamos despiertas,...no,...no...’ . Lo único que reclamaban y con mucha discreción – pobrecitas – era alguna parada para hacer lo que nadie podía hacer por ellas. Que si hubiéramos podido, con la caballerosidad y cortesía que nos caracteriza....... Una de las paradas ha sido en un “aire de service”, ya cerca de Nantes, para comer. Cumplidos con este menester, inmediatamente nos hemos puesto en camino: había que llegar a Lannion a las 6 h. Porque nos esperaban los ‘correspondientes’ para darnos instrucciones sobre la casa y cenar; después ellos se iban a dormir a casa de unos amigos o familiares para salir mañana hacia Villanúa.

  Esto de viajar por autopista tiene el problema de que, una vez establecido el denominador común del paisaje habitual, todo es igual: ese paisaje o los taludes que lo rompen para dar paso a la autopista a ambos lados de una cinta de asfalto. Las autopistas son avarientas acaparadoras de la atención del viajero, la quisieran toda para ellas: te esconden las ciudades y pueblos que vas dejando atrás y sólo te dan a cambio carteles, muchos carteles informativos y, cuando te acercas a las grandes ciudades, polígonos industriales indignos de la menor atención. Cuando las autopistas son sustituidas por sus hermanas menores, las autovías, la proximidad al entorno urbano suele ser mayor. Así en Rennes, desviándonos apenas nada, pudimos repostar gasoil en un Leclerc donde te lo suministran 12 ó 13 céntimos más barato que en las gasolineras. Desde allí tomamos camino hacia St. Brieuc, Guingamp y Lannion a cuyo casco urbano entrábamos a las 5.50 h. ‘Vamos a llegar a la casa con las campanadas de las 6 h. en el reloj de la torre’, presumíamos orgullosos. Pero el centro de Lannion, que teníamos que atravesar, estaba atascado de coches: hora de salida del trabajo y de vuelta a casa, sin duda. Con el plano que nos había dibujado y enviado por Internet Claude, el dueño de la casa de aquí, hemos llegado a ella sin más problema que el del retraso que rompía lo que hubiera podido ser un record ‘guiness’ de puntualidad después de más de 900 km.

 Enseguida nos hemos dado cuenta de que la que va ser nuestra casa forma parte de una serie de adosados rodeados completamente de densa vegetación y de un arbolado de grandes proporciones. Bien empezamos.

 Echado pie a tierra, buscábamos la casa cuando una vecina, seria y cortés, nos la ha indicado. Al acercarnos hemos visto que nos salía al encuentro un caballero enjuto, de pelo negro, largas patillas, tez pálida y nariz afilada. Muy sonriente, nos ha saludado con el saludo que nos tenía preparado ‘Buenas tardes ¿Ha estado bueno el viaje?’ Era Claude. Hemos intercambiado los saludos y presentaciones de rigor. Nos ha dejado un poco cortados a Merche y a mí – sobre todo a ella, tan discreta – cuando nos ha dicho en su español titubeante que no esperaban más que a dos: creían que los amigos de Antonio y Mariví llegarían más tarde. ‘Pero no hay problema. Bueno, no sé si la cena...’ Merche ya quería salir corriendo a cenar nosotros por nuestra cuenta en cualquier sitio. En ese momento ha salido Françoise, la mujer de Claude, que tras presentarse y ser puesta al corriente de la situación, ha dicho que no habría más problema que el de las sábanas de las habitaciones de los chicos que tendríamos que dejar limpias y colocadas en sus camas el último día. Como eso se soluciona con el servicio de una lavandería, se acabaron los problemas. Nos han explicado ya dónde deberíamos aparcar el coche cuando no lo metiéramos en el garaje que estaba aparte de la casa: parece que tenían perfectamente acotado el espacio exterior para este menester.

 Hemos pasado a la casa: se encuentra esta en un escalón inferior del terreno y se accede a ella por unas escaleras, hechas con troncos y gravilla en el piso, que atraviesan un pequeño talud repleto de plantas de todo tipo. Se repite aquí la abundancia de flores que ya habíamos observado a lo largo del camino y en las calles de Lannion. Tras un pequeño zaguán, se entra en el salón-cocina-comedor. Tiene forma de L. La cocina ocupa el rincón, recogida por un ‘office’ y con una gran ventana que da a la entrada. Las paredes de enfrente a la entrada forman un amplio ventanal de suelo a techo, en ángulo recto, que da vistas al jardín, un espacio abierto, sin separación de jardines particulares, que termina en el bosque que lo cierra sin vallas. Un lugar encantador. Una gran mesa redonda y cuatro sillas de jardín lo amueblan para comer en él ‘si el clima bretón lo permite’, apostilla Claude.

 A la izquierda del salón se encuentran los dormitorios: el primero, según reza el cartel de la puerta, el de Malo, el niño de la casa, que, por 15 días, pasará a ser el mío; el segundo, a la derecha del pasillo, el de Youane, la chica, que será el de Merche; y al fondo el de matrimonio que ocuparán nuestros amigos. Claude se ha disculpado por obligarnos a dormir separados. Antonio ha dicho algo así como que ya nos arreglaríamos entre nosotros: seguro que pretenden que ocupemos nosotros algunos días la habitación de matrimonio. Y a eso nos vamos a negar. No lo he hablado con Merche, pero no hace falta: sería ya el colmo.

 Después Claude y Françoise nos han servido una cena muy rica, no netamente francesa. Apreciamos la cortesía de que, tras un plato de verduras al horno (calabacín, pimiento, tomate, pepino, etc...), nos hayan servido jamón serrano de la región del Jura, según nos han explicado. Luego unos quesos en que no faltaba alguno de los Pirineos y ensalada (para terminar, eso sí). Todo ello acompañado de vinos blanco y tinto. La comida y la agradable conversación han montado una velada estupenda. El tal Claude ha resultado ser un nacionalista bretón muy implicado en el mantenimiento y recuperación de la lengua y costumbres de su tierra. Cuando hemos brindado, nos ha enseñado a hacerlo en bretón. Ya metidos en temas culturales, nos ha mostrado, dentro de un armario antiguo, su equipo de música y sus discos. Y ha saltado el tema de la música. Ellos, los cuatro, tocan algún instrumento: la madre, la flauta travesera; el padre, el acordeón; la chica, el oboe y el chico, el saxofón. A sugerencia de Antonio, yo he debido confesar mi dedicación al canto coral. Esta comunidad de intereses ha dado lugar a un buen rato de comentarios. Y la tertulia se alargaba... Como ya se iba haciendo tarde, les hemos indicado que nosotros estábamos muy a gusto en su compañía y conversación y no teníamos ninguna prisa, pero ellos... todavía tenían que trasladarse a otra casa para descansar y prepararse para el viaje del día siguiente hacia España. Todavía han permanecido un rato con nosotros en un alarde de cortesía. Después se han despedido y nos hemos quedado solos. Hemos descargado el equipaje y nos hemos instalado.

 Ha sido entonces cuando el cansancio ha hecho acto de presencia y hemos decidido irnos pronto a dormir. Entonces ha surgido el primer problema: no sabíamos cerrar las puertas de la casa a la calle (dos puertas: una la que da acceso al salón y otra la que lo da al ‘cellier’, una especie de almacén-despensa). Hemos probado todos, creo yo, y ninguno lo ha conseguido. Por fin, hemos decidido dormir.... con la puerta abierta. Y mañana ya se verá lo que se hace. De momento hemos programado que nos levantaremos sin hora y nos iremos al mercado callejero de Lannion: aquí, según nos ha explicado Claude, todos los jueves hay mercado – como en Zaragoza los miércoles y domingos – pero en él se vende de todo, desde ropa y complementos hasta comida y bebida, según las calles.

 En ‘mi’ habitación hay una mesita para el ordenador que me está sirviendo muy bien para escribir estas notas atendiendo sólo a la memoria de lo ocurrido en el día.

¡Hasta mañana! Hace un sueño horrible.

 

22 de julio

 ¡Qué dura es la vida del turista!

 Nos merecíamos realmente un descanso después del largo viaje de ayer; y nos lo hemos dado. Sin madrugar nos hemos levantado y desayunado. Después nos hemos lanzado a buscar algunos elementos del menaje doméstico de cuya dificultad de hallazgo no nos podíamos hacer ni idea. Una casa desconocida es un laberinto de recovecos donde se ocultan preciosos tesoros del quehacer diario de un hogar: el cazo para calentar la leche, las sartenes, los tazones para el desayuno, el azúcar,... pueden resistirse a ser encontrados como si en ello les fuera la vida y tuvieran capacidad de esconderse. Pero al final hemos desayunado, con azúcar y todo.

 Un breve paseo por el jardín me revela algunas de sus peculiaridades: ausencia total de vallas de separación entre vecinos, césped natural, una barbacoa muy rudimentaria excavada en el suelo del talud que inclina los jardines hacia el bosque que los limita, abundancia de adornos florales que crecen espléndidos con este clima, ausencia de elementos de riego, la hierba empapada de rocío,....

3 Después de este paseo acabo de ‘invadir’ la habitación de Malo con mis escasas pertenencias de turista. Observo una cosa curiosa: los armarios de las habitaciones carecen de barra para colgar, por ejemplo, pantalones o camisas. Yo debo colgarlos en un armario que hay en la entradita que da acceso al baño y al retrete. Hecho esto, colaboro en la organización de la despensa-almacén y... ¡listo el campamento base para quince días!

 Como todos hemos hecho lo mismo, nos ponemos guapos y ¡al mercadillo de los jueves!  Prudentemente dejamos el coche en una calleja un tanto retirada del centro porque ya nos advirtió Claude que el aparcamiento grande cercano a la ‘Poste’ es ocupado por el mercado. Cuando llegamos a él, a nuestras chicas los ojos se les hacen chirivitas: los dos aparcamientos próximos al río están repletos de puestos de venta y otro tanto ocurre con las calles que afluyen a ellos desde lo que parece ser el casco viejo de Lannion. Luego comprobaremos que esas calles y las transversales y la plaza mayor (Place Gral. Leclerc, claro) están todas a rebosar. Ese, que efectivamente es el viejo Lannion, luce unas hermosas casas antiguas de fachadas adornadas con entramado de madera vista teñida de color oscuro sobre el fondo claro de la obra de albañilería. Frecuentemente las columnas de madera de la fachada en el primer y segundo piso se adornan con esculturas; a veces también las vigas de los pisos bajos tienen adornos en bajorrelieve. Otras casas protegen sus fachadas con una especie de escamas de pizarra que les otorgan un sorprendente aspecto de ‘pez arquitectónico’. En la plaza Leclerc de Lannion tres de estas casas forman un conjunto apretado y encantador. El mercado en esta plaza se especializa en alimentación y la verdad es que sólo la visita reconforta. Compramos unos hermosos filetes de lomo de ternera y un bloque de paté de campagne y, en una frutería, buenas provisiones de lechuga y fruta. Los cuatro somos buenos devoradores de todo ello. De pronto, como si alguien hubiera tocado una corneta tácita, el mercado empieza a despoblarse: son las doce y media y el reloj biológico de los franceses ha disparado el automático de ‘Retirada. Hora de comer’. Cuando llegamos a la explanada de Correos, lo mismo. Es momento de adaptarse – un poco – y nos vamos hacia casa.  La comida resulta estupenda. La carne que hemos comprado es de excelente calidad, cumpliendo con creces lo que sus pintas adelantaban. Rematamos con un café de verdad, gracias a la previsión de Antonio y Mariví que se han traído una cafetera para hacer buen café y no agua de castañas.

  En el desayuno, a sugerencia de Antonio, habíamos planeado hacer por la tarde una breve excursión a Tréguier, su ría y su costa próxima. Y salimos inmediatamente, sin apenas reposar la comida, con las ansias del4 descubridor que acaba de tocar tierra. Tras un breve desplazamiento, encontramos la villa de Tréguier discretamente apostada al fondo del estuario del Jaudy. De lejos llama nuestra atención levantando el dedo de su esbelta torre catedralicia. Lo de ‘catedralicia’ no es una impropiedad léxica ni un adjetivo sólo ponderativo, no: se trata de una afirmación ajustada a su pasado de sede episcopal, dotada de su catedral. La verdad es que el conjunto arquitectónico de su iglesia tendría porte catedralicio aunque no ostentara tal dignidad. Visitamos su interior y nos sentamos luego un poquito a contemplarla por fuera. Avisados por las guías consultadas, visitamos las calles del entorno salpicadas de bellas casas de piedra o de entramado de madera que apuntan a un pasado de esplendor económico. Parece ser que Tréguier a partir del s. XIV se enriqueció con el comercio de cereales y vino. Ello atrajo a artesanos, artistas e intelectuales, le dio prestigio y - ¡oh, casualidad! – la convirtió en sede episcopal.  

 Tréguier se encarga de recordar esto al viajero y de instalarle en su memoria dos nombres: el de St. Ives, su obispo santo, y el del escritor Ernest Renan. El del obispo con su tumba en la catedral, con el nombre de una calle frente a ella, con productos y establecimientos comerciales que así se llaman,....; el del escritor, algo menos intensamente, con el nombre de otra calle y con la presencia de la casa de Renan, debidamente restaurada, al final de la cuesta que sube desde el puerto, entre dos antiguas torres de la muralla, hasta el centro de la villa presidida por la catedral.

 Pronto se apodera de nosotros la comezón de ir a contemplar el mar y la costa de esta tierra: nuestros amigos nos han hablado de ella maravillas. Y nos ponemos en marcha. Seguimos el estuario del Jaudy hasta el mar dejando atrás un puerto afeado por la marea baja ¿verdad, Mariví? Cuando ya avistamos mar abierto, un cartel promete: ‘Côte des Adjoncs’. No aparece en las guías. Razón de más para visitarla: ha de ser, seguro, solitaria y arisca. Acertamos en el pronóstico. Se trata de una costa apenas visitada: apenas encontramos otro coche (afortunadamente, dada la estrechez extrema de la carretera). Una costa arisca y brava que parece responder a las embestidas del mar con los zarpazos de sus rocas, puntas, arrecifes, islotes y cabos que arañan el océano y lo deshilan en espumas a cada golpe de oleaje. La tarde está bastante gris, pero nos queda la impresión de que quizás sea esta la luz adecuada para este paisaje. Vemos, con cierta frecuencia, casas construidas cerca del mar, adosadas a rocas firmes al socaire de los vientos y el oleaje. El hombre teme al mar, la costa, no: le hace frente y lo rompe o le permite que la anegue para resurgir después, soberbia, como gritando al cielo: ‘¡Yo no me muevo!’.

5 Llegamos a un paraje protegido dotado de uno de esos que en la actualidad se suelen llamar ‘Centros de interpretación’. A mí, viciado con las palabras, este nombre no deja de sugerirme la idea de que tal institución sirva para descifrar el extraño e incomprensible lenguaje de la naturaleza. Por eso me parece un nombre estúpido: no hay lenguaje más universal que el de la naturaleza, el de su belleza en estado puro, libre de convenciones de estilo, patente y sin secretos para quien quiera mirarla. Bajamos del coche y Merche y yo hacemos una breve exploración; pero hace frío y nos acogemos pronto al abrigo del coche. La intrépida Mariví arrastra a Antonio a una contemplación en detalle.

 De nuevo en marcha, avistamos un paraje en que una pequeña ensenada está protegida a su derecha por unos airosos peñascos tras los que se adivina el mar. Pie a tierra, nos acercamos hasta ellos y al otro lado contemplamos un mar que parece hervir entre los escollos que tejen una puntilla de espumas alrededor de dos islotes solitarios. Hermoso. Si yo supiera hacer un poema..... Cuando decidimos ponernos en marcha – oscurece y no sabemos muy bien dónde estamos: nuestro mapa no recoge esta cinta con pretensiones de carretera – nos damos cuenta de que, al otro lado de la ensenada, se ha producido un accidente de tráfico que, sin duda, bloquea el paso: por fin se ha cumplido la estadística de siniestralidad que esta carreterilla prometía a primera vista. Damos la vuelta y regresamos por donde hemos venido – más o menos – pero bien pegaditos a la derecha. No tardamos en encontrar indicadores de Lannion y, ya oscurecido, regresamos a casa.

Última impresión de Lannion: ha debido sonar ya el toque de queda porque no hay NADIE por la calle.           

Ya metido en la cama, recuerdo la quebrada costa que hemos visitado esta tarde, sus rocas, sus islotes e hilvano este haiku:

 

 Dos islas solas.

 Sólo el mar las separa.

 El mar las une.

 
 

23 de julio 

Esta ha sido nuestra primera gran jornada de turisteo bretón. Morlaix, Carentec, St. Pol de Leon, Roscoff, Lampaul-Guimiliau, Guimiliau, St. Thegonec han completado una ruta variada y magnífica: ciudad y pueblos, costa e interior, profano y religioso se han reunido espléndidamente. Si esto sigue así....

Puestos en viaje, hemos tomado la carretera 786 por Plestin y Lanmeur a Morlaix. La primera vista de esta ciudad está presidida por el impresionante viaducto del ferrocarril (292 m de largo y 58 m de alto). Poco antes de llegar a él aparcamos el coche y, en la oficina de9 turismo, recibimos información de Morlaix y su comarca gracias a las gestiones de Mariví, nuestra gran especialista en recogida de información turística. Planos y guías en mano - componemos una perfecta imagen de ‘guiris’ – nos metemos por sus calles. Visitamos en primer lugar la iglesia de Sainte Melanie. Sus recias proporciones de base hablan a las claras de sus orígenes románicos. Su construcción final es gótica.

A la izquierda del pórtico de salida, tomamos por una callejuela muy típica conformada por un caserío pintoresco. Justamente en la confluencia con la plaza, una de esas típicas casas de entramado de madera alberga en sus bajos una tienda d8 e vinos bastante bien surtida. En la puerta anuncia que esta casa tiene ‘lanterne et pondalez’. Antonio, nuestro intérprete, nos aclara que ‘lanterne’ significa tragaluz o claraboya, pero que ‘pondalez’ no sabe lo que significa. Rebuscando en las guías llegamos a la conclusión de que ‘pondalez’ es una versión o adaptación bretona del francés ‘pont-d’allée’. (Más tarde contemplaremos un ejemplo real). Nos metemos, a golpe de guía, por la Grande Rue. Nada más entrar nos encontramos con otra de las ‘maisons de pondalez’ que parece estar exquisitamente restaurada. En esos momentos están procediendo a abrir las contraventanas de la planta calle. Una curiosidad: estas contraventanas abren, en dos mitades, hacia arriba y hacia abajo. Las inferiores se convierten en una especie de zócalo casi hasta la calzada, y las superiores, sujetas con barras metálicas al marco de la ventana, forman una suerte de tejadillo. La madera del entramado de los tres pisos está ricamente decorada con imágenes religiosas o grotescas, sobre todo en sus columnas. Según reza a la puerta de esta casa del nº 9 de la Grande Rue alberga el ‘Centre d’Interpretation du Patrimoine’. Decidimos dejar la visita del interior para más tarde (lo cual suele equivaler a decir para nunca).La Grande Rue es una calle muy comercial: parece ser que en tiempos acogía el mercado de  telas, una de las industrias típicas de Morlaix junto con la elaboración de tabaco; y todavía se le nota. Pronto desembocamos en la Place Allende. Aledaña a esta plaza y en un plano superior, discurre la Rue du Mur, antiguamente Rue aux Nobles. En ella llama ya de lejos la atención la Casa de la Reina Ana o de la Duquesa Ana. Hacemos bromas sobre el ‘chauvinismo’ del ascenso de la duquesa Ana a reina Ana. Más tarde descubrimos lo injusto de nuestras bromas al leer un panel en el que se explicaba que la casa era de la duquesa Ana que llegó a ser reina de Inglaterra. Está abierta al público y decidimos visitarla. Nos atiende una señora con aires de institutriz inglesa del siglo XIX: un traje de corte casi varonil encaja perfectamente con su seca cortesía. Tras cobrarnos la entrada, nos dice que, si entendemos francés, podremos seguir su explicación de las características de la casa. Vamos a enterarnos así de cómo es de verdad una de estas ‘maisons de pondalez’ de Morlaix. Tienen tres alturas más la cubierta. Están construidas sus dependencias en dos bloques: el que da a la calle y el que da al jardín posterior. Entre los dos, un enorme hueco – de tres alturas – que dispone, en lo alto, de una cristalera o linterna cenital que lo ilumina; en el bajo, de una enorme chimenea; y, en el lateral izquierdo, del sistema de comunicación entre bloques por plantas. Está constituido por una escalera de caracol que da acceso inmediato a las habitaciones del bloque de la calle y que comunica estas con las del bloque posterior a través de un pasadizo-puente que ha terminado por dar nombre a este tipo de casas: el ‘pont d’allée’ o en versión bretona ‘pondalez’.

Salimos de la ‘maison’ y nos dirigimos a la iglesia y barrio de St. Mathieu. La iglesia – un típico ejemplo de comienzo románico, terminación gótica y reconstrucción moderna (s. XIX) – guarda algo extremadamente curioso: una ‘Virgen que se abre’: la imagen cerrada representa a la Virgen con el Niño y abierta, a la Santísima Trinidad.    

Salimos y buscamos otros lugares interesantes. Una empinada cuesta amenaza con la propuesta del ‘chateau’. Menos mal - ¡oh innegable valor de las guías turísticas! – que estamos advertidos por una de ellas de que ‘unos pocos árboles señalan hoy su antiguo emplazamiento’. ¡A otra cosa, pues!

Buscamos la iglesia de los Jacobinos. Y la encontramos.... cerrada. Parece ser que fue fundada por los dominicos tras el paso de Domingo de Guzmán por Morlaix. Pues bien: ni siendo españoles pudimos franquear la puerta. Tras callejear un ratito más, decidimos continuar viaje hacia la costa: Carantec, St. Pol, Roscoff,....

Carantec parece ser u12 na de las más importantes estaciones balnearias del Finistère. Tiene 13 km de costa con numerosas playas y un magnífico panorama marino delante de ellas: numerosas islas (Lonët, Stevec,...), un11 islote fortificado ( Chateau du Taureau) y un si fin de playitas y embarcaciones a vela componen una preciosa escena marinera. Para contemplarla a gusto nos hemos acercado a un lugar privilegiado, como se podía sospechar a partir de su nombre: ‘la Chaise du Curé’. El tal cura debía ser un buen catador, al menos, de paisajes: el lugar así lo avala. Pasamos allí un buen rato disfrutando de la vista, pero.... queda mucha jornada y debemos partir. Nuestro siguiente destino merecía el disgusto de arrancarse de Carantec: St. Pol de Leon – así escrito – nos engancha inmediatamente con sus señoriales calles como la Gral. Lclerc con su ‘maison du Pilori’ (casa de la Picota) que nos lleva directos a la Catedral. Es otra magnífica pieza arquitectónica que recorremos ya un poco cansados y, por qué no decirlo, hambrientos. Sabemos apreciar, a pesar de ello, la hermosa sillería del coro, el estupendo órgano,...; en cambio, el altar mayor de opulento mármol negro y rematado con una palmera cuya flor alberga un copón, me parece ostentoso y un poco ‘hortera’, la verdad.

Recorremos después los aledaños de la Catedral y Antonio (siempre tan dispuesto, mi amigo increíble) se va, él solo, a buscar el coche para que los demás no caminemos. Mientras él va y vuelve, me dedico a averiguar adónde podríamos dirigirnos para comer. Pronto descubro (en el plano y en un cartel indicador a la derecha de la Catedral) la dirección en que se encuentra el ‘Parc du Champ de la Rive’ que la guía-plano promete muy hermoso. Cuando llega Antonio, montamos al coche y nos dirigimos a él. No nos defrauda. El parque se extiende a lo largo de una ladera larga y suave que aparentemente termina, en lo alto, con una cruz monumento. Cuando llegamos allí, St. Pol de Leon nos recompensa con una maravillosa vista sobre toda su bahía. Hay una mesa panorámica con información detallada de todos los puntos importantes del panorama; pero las tripas no nos cantan, nos rugen; y nos disponemos – más bien  ‘lanzamos’ a dar cuenta de nuestra comida. Cumplimos con ello con la dedicación y buen ánimo que nos caracterizan. ‘Restaurante de cuatro tenedores – de plástico, eso sí – con magníficas vistas al mar’, anuncia Antonio con su peculiar retranca. Terminada la comida, busco un lugar al sol y al socaire de la brisa del mar y me tumbo a reposar. Pronto Merche comienza a afearme la conducta aduciendo una increíble lista de los peligros a que me expongo con tan zafia actitud: el frío de la brisa, los bicho13 s (¿¡....!?), el corte de digestión,.... (Tengo que repasar los papeles de mi chica: es imposible que verdaderamente proceda del medio rural). Pasamos a informarnos en la mesa panorámica, recogemos los desechos de nuestra comida y ....¡carretera y manta!. Roscoff, nuestro siguiente destino, quizás debido a las interferencias del proceso digestivo con la inteligencia y el gusto estético, me parece bastante menos hermoso que Carantec o St. Pol de Leon. Aprecio una cierta tosquedad y grandiosidad de nuevo rico en este pueblo de corsarios y pequeños navieros. Lo comento con el resto de la expedición y observo que no es una apreciación compartida. Definitivamente debe de tratarse de las turbulencias de mi digestión. De todas formas me empecina un tanto en dicha impresión la boda que vemos salir de la iglesia de Nôtre Dame de Kroaz-Braz. No quisiera ser cruel, pero el puntazo ‘hortera’ es muy acusado. Me confirmo en ello sobre todo cuando nos es dado contemplar cómo una de las invitadas – con ‘discretos’ traje y sombrero rojo cereza – aprovechando que todos se han marchado de la iglesia ‘arrambla’ con lo más granado de las flores que han adornado la ceremonia. Otro ‘detallito’: los navieros de 14 Roscoff dejaron su marca en los muros de su iglesia en forma de carabelas esculpidas en sus piedras.... Roscoff frustra además mi asociación mental de su nombre con los relojes de bolsillo: las habrá, pero yo no veo ni una relojería y mucho menos una fábrica de relojes. Y eso no se hace, hombre. De todas formas debe gozar este pueblo de un magnífico clima (debido a la proximidad de la corriente del Golfo, dicen) y tiene, en consecuencia, dos cosas que lo caracterizan: la Estación de Biología Marina y una rica pesca, por un lado, y por el otro un gran tirón turístico. Aún así he de decir que yo (no sé si hace falta que lo recalque), si viniera a veranear en esta zona, no pasaría de Carantec o de St. Pol.

Sin ningún dolor por mi parte, salimos, con cierta prisa, hacia los ‘enclos paroissiaux’ que las guías y nuestros amigos prometen como lugares muy atractivos. Siguiendo carretera en dirección a Landivisiau, llegamos enseguida a la zona y comenzamos la visita por Lampaul-Guimiliau.

Forman estas parroquias unos conjuntos curiosos: suelen tener un pórtico de entrada al recinto, un calvario esculpido en piedra con escenas de la vida y Pasión de Cristo, la iglesia y uno o dos osarios (Cuando en los cementerios ya no cabían más muertos, se desenterraban restos primitivos y se depositaban respetuosamente en los osarios .Bueno, más o menos respetuosamente: en uno de los osarios de la iglesia de Roscoff – cómo no – consta que los huesos los arrojaban a través de las ventanas de que está dotado). Volvamos a Lampaul. El conjunto de este ‘enclos’ parece bonito pero discreto con su puerta o arco de acceso, su calvario no demasiado espectacular y su osario. Lo realmente sorprendente se halla dentro de la iglesia, sin olvidarnos de la airosa torre de unos 70 m que la adorna por fuera.  Destacan en el interior un precioso ‘Enterramiento’ barroco, un baptisterio con baldaquino y dos auténticas joyas: el retablo de la Pasión y la Viga de la Gloria. El retablo (del s. XVI, parece) está compuesto por ocho paneles repletos de personajes policromados de un encanto subyugador. El discreto tamaño del retablo hace que las figuras sean realmente diminutas. Una preciosidad. Pero la pieza más inesperable es la Viga de la Gloria: sobre ella figura una llamativa ‘Crucifixión’ (Cristo, la Virgen y San Juan) y la viga en sí recoge escenas de la Pasión con una fresca y llamativa policromía. Nunca había visto yo nada semejante. Con una cierta pena dejamos Lampaul para dirigirnos a Guimiliau, situado apenas a 3.5 km de aquí. La belleza de Guimiliau se centra en dos puntos: el pórtico sur de su iglesia y su fastuoso ‘Calvario’. El pórtico recoge un bello conjunto de estatuas de los doce apóstoles y unos bajorrelieves con escenas del Viejo y Nuevo Testamento que nos retienen un rato antes de entrar al templo. En su interior destacan el baptisterio, un baldaquino barroco, los bajorrelieves de los laterales y frontal del órgano que recogen temas históricos y mitológicos y un púlpito espléndido. Nos ha16  ocurrido en ese mom15 ento una feliz casualidad. Coincidíamos en la visita con un grupo de turistas que debía tener programado en esta iglesia un concierto de órgano (los hay chulos). Al oír que lo anunciaban, hemos preguntado a una guía si sabía a qué hora cerraban St. Thegonec. Nos ha dicho que a las siete, Y, como eran las seis menos veinte y St. Thegonec está a sólo 7 km, nos hemos quedado a escuchar la primera pieza del concierto. Se ha interpretado una obra en cuatro movimientos de F, Couperin.

A posta y artificialmente, he dejado para el final el plato fuerte de Guimiliau: su ‘Calvario’. Se trata de un conjunto escultórico espectacular. Reúne 25 escenas de la vida de Cristo representadas por alrededor de 200 personajes. Nos pasamos un buen rato saboreando su belleza primitiva, la sabia resolución de los espacios, la expresividad un tanto ‘naïf’ de sus tallas,... Una preciosidad que difícilmente olvidaré.

Salimos ligeros hacia St. Thegonec. Creo que esta parroquia tiene, en nuestro programa de visitas, la desgracia de ir después de Lampaul y de Guimiliau. Si algo destaca en este ‘enclos paroissial’ es el lujo un tanto desmesurado de su conjunto arquitectónico. Las guías hablan de que los campesinos enriquecidos de aquí quisieron tener los edificios religiosos MÁS SUNTUOSOS de toda la comarca. El resultado goza de la grandiosidad de una obra deliberadamente MAYOR y recargada, pero carece del encanto sencillo de Lampaul y del lujo estético contenido de Guimiliau. Puede tratarse también de cansancio por nuestra parte, pero la unanimidad de la apreciación me inclina a pensar que no.

Ha sido este un día gozoso, cargado de visitas a lugares y monumentos hermosísimos y variados. Nuestro primer gran día bretón.

 

24 de julio 

Dinan y su ‘Fête des Remparts’ nos van a ocupar prácticamente todo el día. Antonio y Mariví nos habían comentado, ya en Zaragoza, la celebración de la Fiesta de las Murallas que tenía lugar en Dinan cada dos años. Y tocaba este. Así que, ya antes de iniciar el viaje, habíamos decidido hacer coincidir la visita a Dinan, que por sí sola la merece, con esa fiesta que este año tenía lugar los días 24 y 25 de Julio. A mí, en el fondo, estas fiestas que se basan en la recreación artificial y multitudinaria de épocas y ambientes no me atraen demasiado. Per20 o me pliego a la mayoría y espero que la cosa, de todas formas, resulte bien y acompañe la belleza del lugar que, según documentan las guías, parece de primera categoría.

Ha salido un día espléndido que promete no sólo luz y claridad sino calor. No nos podemos quejar del tiempo con que nos ha recibido la Bretaña: hasta ahora no nos ha llovido y eso parece que va siendo noticia. Alguna mañana ha aparecido nuboso y luego ha despejado. Hoy ni eso: sol espléndido desde el desayuno, durante el viaje y parece que para todo el día. Llegados a Dinan, primer inconveniente – previsible – derivado de la fiesta multitudinaria: nos obligan a aparcar en lo que parece un campo de fútbol a cosa de un kilómetro de la ciudad. Venimos informados de que Dinan este año ha organizado tres cosas: un Mercado Medieval, unos Torneos y cuatro Lugares de19 Animación (El Mundo Oriental, El Mundo Occidental –artes militares, saltimbanquis,...- , El Mundo Occidental – placeres y refinamientos – y Los Países de la Seda). Las entradas para los Torneos sabemos por Internet que hace días que están agotadas. Para visitar los Lugares de Animación, sacamos nuestra entrada y nos marcan con una pulserita amarilla (Si vas disfrazado de medieval, es gratis). Debidamente pertrechados llegamos a la plaza Duclos-Pinot y decidimos tomar por la calle Thiers para llegar a la Square des Dinantais y comenzar allí la visita a los Lugares de Animación. Pensamos hacer esto por la mañana y visitar la ciudad por la tarde. Los Lugares de Animación recogen – sobre todo el primero y el último – muchas referencias al mundo oriental seguramente porque en la historia de la ciudad se citan personajes como Idrisi, historiador y geógrafo árabe que habla de Dinan, o Etienne el Turco que trazó los planos para construir las murallas y torreones de la ciudad. (¡ Cómo controlo las guías!). El paseo por Square des Dinantais y por los Grandes Fosos nos lleva toda la mañana. Acaparan nuestra atención los espectáculos musicales y de malabares y saltimbanquis que salpican el recorrido. A poco de comenzar y bajo un árbol enorme, escuchamos a un grupo de músicos que interpretan melodías primitivas. Lo componen media docena de intérpretes – ataviados con trajes de supuesta época medieval y ámbito europeo - que tañen instrumentos como la gaita, la flauta de pico, la guitarra, elementos de percusión y cantan a varias voces. Acompaña la música, a modo de florero danzante, una bailarina vestida al estilo moruno. Tiene unos bellos ojos oscuros y un cuerpo sinuoso que cimbrea al rimo marcado por sus compañeros. La verdad es que ejecutan su música con notable solvencia y calidad. Nos retienen la atención un buen rato. Cuando pasamos adelante, Mariví pondera la calidad musical del grupo. Yo, con aire de ir a enunciar un comentario técnico, pondero con supuesta seriedad: “La que mejor ‘cantaba’ era la del traje moruno”. Antonio ríe con gana y Mariví mira de soslayo a Merche, sin querer reír del todo, temiendo, quizás, una reacción celosa que no llega.

Fabricación de aperos y ropas, elaboración de comidas, realización de escritura en tablillas de  cera, lanzamiento con arco, lucha a espada, exhibiciones de cetrería, más arqueros y guerreros, trovadores, tiendas de campaña árabes, demostraciones de jinetes, preparación de té moruno, malabaristas, músicos tañedores de zanfoña, cuentacuentos, cantantes,... componen una variopinta muestra de actividades más o menos anacrónicamente relacionadas con las murallas y la Edad Media. Todo esto queda adobado con la presencia entre el público de supuestos medievales – algunos muy bien ataviados y otros menos – cuya presencia ha sido potenciada porque, como ya he comentado, para entrar en el recinto, hacía falta sacar entrada o ir vestido de medieval. Cuando terminamos de recorrer el tercer espacio, nos encontramos en la Puerta de St. Malo una instalación de retretes públicos que es acogida con entusiasmo por todos nosotros, sobre todo por las chicas. Cumplimos generosamente con nuestras necesidades y nos planteamos, ya que estamos en ello, continuar satisfaciendo otras como la de comer. Subiendo hacia la basílica y el Jardín Inglés, encontramos un ‘Resto’ con terracita y todo que ofrece lo que nosotros llamaríamos unas tostadas que tienen muy buena pinta. La terraza está llena y pasamos al interior. Nos acomodamos y pedimos nuestras ‘tostas’.

18 Poco después se sienta cerca de nosotros (en los restaurantes franceses todo ocurre cerca) un cura inequívocamente ataviado. No tardan mucho en sentarse al otro lado de nuestra mesa tres chicas que traen una juerga notable. Van vestidas de monjas dos de ellas y de fraile la tercera. Llevan un estandarte - al estilo de los ‘pardons’ o cofradías y romerías de esta tierra – de color morado con una leyenda que dice: “Disfruta mientras seas joven”. Las risas de la concurrencia estallan cuando colocan solemnemente sobre la mesa una suerte de porrón o botijo con forma de pene ‘morcillón’ con dos testículos que forman el grueso del recipiente. No se cortan un pelo y van a la barra a que se lo rellenen de agua. Toda la clientela ríe con ganas el desparpajo de las tres muchachas... salvo el cura de la mesa de la izquierda que, serio y circunspecto, tiene la mirada perdida en algún punto de quién sabe dónde. Terminamos nuestra comida con una tartita de postre y reanudamos la jornada con la visita al Jardín Inglés y a la Basílica de St. Sauveur

El tal Jardín Inglés no es otra cosa que el antiguo cementerio parroquial, sito tras el ábside de la basílica, convertido en jardín a la inglesa en el siglo XIX. Allí se encuentra instalado el último de los Lugares de Animación de la fiesta: el llamado ‘Los Países de la Seda’. Todo gira en torno a la Mongolia: extraños bóvidos de enormes cuernos, cuentacuentos, pequeños caballos mongoles, dromedarios y unas cuantas casas de campaña mongolas de extrañas forma y estructura. Pronto atrae nuestra atención el soberbio ábside de la parroquia de St. Sauveur declarada basílica – ya en el s. XX – con toda la razón del mundo. Dejamos constancia fotográfica de ello y la rodeamos para acceder al interior. Sorpresa: va a comenzar una boda – en serio – y uno de los oficiantes de la ceremonia es...... nuestro vecino cura del restaurante. Las otras compañeras, las supuestas monjas-fraile, asisten también al evento – ellas en la calle – pertrechadas con su estandarte y su botijo fálico. La iglesia tiene una peculiaridad que luego observaremos en muchos otros lugares: el primer tr amo – cinco espacios intercolumnares – es de estilo románico tardío y de una sola nave en principio (luego se le adosó otra a la izquierda); a partir de ahí la iglesia es de estilo gótico tardío con un deambulatorio dotado de numerosas capillas radiales que son las que forman el espectacular ábside que tanto nos ha gustado desde el exterior. Dejamos la iglesia y nos adentramos por las pintorescas y preciosas calles 17 de Larderie, des Merciers, de la Poissonerie, du Petit Fort, de l’Horloge... Esta recibe el nombre de la hermosa torre que la adorna y que luce un notable reloj. A la puerta de ella un cartel invita a subir ‘a golpe de calcetín’: lo alto de la tal torre debe ofrecer una estupenda panorámica de la ciudad, pero nuestras piernas están ya para pocos entusiasmos y seguimos callejeando. Dinan lo merece: es un conjunto arquitectónico soberbio. Casas tradicionales de entramado de madera presentan aquí una modalidad de las que forman en la planta baja porches con soportales, de madera también en muchos casos. Hay numerosos y espléndidos ejemplos de estas casas acompañados de palacios, hoteles, conventos,... La zona de la iglesia de St. Malo y del convento de ‘les Cordeliers’ constituyen un conjunto ejemplar: la iglesia y el convento acogen salas de reuniones y SEIS exposiciones de arte simultáneas; y aún queda espacio para un colegio privado de los más famosos de Francia, al parecer.

Decidimos después recorrer lo que nos queda por ver de otro de los grandes espacios de Dinan: sus murallas. Paseamos por la zona de los Petits Fosses con sus torres hasta llegar al castillo y la torre Coëtguen. No podemos acercarnos porque allí precisamente está montado el escenario de los Torneos Medievales que se están celebrando en ese preciso momento. Por megafonía anuncian un desfile  de campesinos típicos por el casco antiguo y... ¡allá que vamos! Se trata de una especie de demostración en desfile de las actividades agropecuarias tradicionales de la zona. No está mal y tiene la virtud de la brevedad, cosa que, a esa hora y con ese calor, se agradecía. Pasado el desfile decidimos dar otro paseo por los Lugares de Animación que hemos visitado esta mañana. Los encontramos bastante poco animados y apenas nos detenemos en ninguna de sus puntos de atracción. Desandando la ‘Promenade des Grandes Fosses’ llegamos a la Rue Thiers y a Place Duclos, nuestro punto de partida de esta mañana.Aprovechando que Merche y yo hemos entrado en un Tabac a comprar sellos para unas postales, nuestro amigo increíble, Antonio, se ha marchado a buscar el coche para que los demás no tuviéramos que hacer lo que, a estas horas y cansancios, se presentaba como una incómoda caminata. Llega enseguida, nos recoge y salimos en dirección Lannion. De camino hacemos una programación de conjunto del día de mañana como jornada de descanso.

 

25 de julio 

21 Ayer se decidió que hoy no madrugaríamos. Recuerdo que – no sé por qué – todos me miraban a mí a la hora de tomar tal decisión. No creo que esperaran que me fuera a oponer a tan sabia decisión. El caso es que he dormido como un tronco y me he despertado con la alarma del móvil, no antes. El día estaba nublado. En el desayuno hemos decidido dar una vuelta por el Lannion viejo que el otro día estaba lleno de tenderetes ... e invisible.

La vueltecita ha resultado agradable. Nos hemos dirigido a la plaza Gral. Leclerc: el jueves vimos unas hermosas casas típicas y había que volver a visitarlas. Ya en la calle que asciende hacia dicha plaza, hemos ido viendo preciosas casas..... de granito, cómo no. Aquí hasta el adoquinado de las calles es de granito. Una vez en la plaza, la hemos repasado con detenimiento y nos hemos puesto en cola para comprar pan en una ‘boulangerie’ situada enfrente de las susodichas casas. Yo me he acercado a un Tabac a cotillear unas postales que, de lejos, me han parecido muy bonitas. Lo eran; sobre todo una de una playa con dos rocas (de granito rosa, claro) emergiendo de la arena, con un faro sobre unas rocas de la derecha y con un mar teñido por una magnífica puesta de sol.

Cuando me han avisado, ya Antonio, el compañero increíble, se iba corriendo a llevar el pan al coche para que no nos supusiera una molestia llevarlo durante el paseo. Ha regresado y nos hemos hecho unas fotos con las casas más bonitas de la plaza, una vez liberadas de la tara visual de dos coches: la señal de tráfico no era móvil y allí se ha quedado. Son preciosas estas casas bretonas con sus estructuras de madera vista, sus decoraciones escultóricas o con sus fachadas de escamas de pizarra. Hoy, sin mercado ‘había’ muchas más.

Hemos intentado, después de verla por fuera, entrar en la iglesia. La hemos rodeado en vano y, al llegar a la escalinata por la que se accede a ella desde la calle inferior, hemos visto subir a un matrimonio. Él iba diciendo: “¡Coño, qué subidita!” Al llegar a nuestra altura nos han preguntado en francés si estaba abierta la iglesia. Yo les he contestado: “Pues ni por ser españoles os puedo decir que sí: no, está cerrada”. Luego hemos ido acercándonos al coche empujados por la constatación de que, de nuevo y de repente, las calles se están quedando vacías: es la una.

De vuelta a casa, hemos comido muy agradablemente. Antonio y yo nos hemos puesto a estudiar el posible recorrido para esta tarde (es nuestro curro de taxistas) y hemos propuesto i23 r a Folgoët, Brest, Le Conquet, St. Mathieu y Plougastel. A las chicas les ha parecido bien y hemos partido sin demora. El compañero increíble se ha empeñado en conducir él y en que yo fuera su copiloto: dice sentirse muy a gusto con este reparto de papeles. Creo que ‘abusa’ de esta explicación siempre para cargar con la parte más molesta. Hemos llegado a Folgoët, lugar que, según las informaciones consultadas, ofrecía el atractivo de una iglesia muy especial. Realmente las guías no mentían: era una iglesia simplemente única. Gótica y con una magnífica torre; pero no era esto lo que la singularizaba. Lo peculiar y único lo aporta su estructura en escuadra. Entras por el pórtico del fondo y ya observas que la nave no termina en un ábside sino en una soberbia vidriera. A la derecha, lo que podría haber sido una simple capilla lateral se convertía en una auténtica nave, perpendicular a la primera, dotada a su vez de un espléndido pórtico adornado con esculturas de los doce apóstoles. En el exterior, en el espacio en escuadra generado por la iglesia, figura otro de los famosos ‘Calvarios’ tan abundantes en las iglesias de Bretaña. Completan el conjunto un ‘chateau museo parroquial y una antigua hospedería de peregrinos cuyo jardín está adornado de figuras de ‘Calvario’ de quién sabe qué iglesia. El pueblo no debe tener otro mérito, pero este conjunto merecía – y mucho – la pena.              

Ya en Brest hemos dado un paseo por la orilla de su grandiosa bahía. Hemos dejado atrás la  ‘Oceanopolis’ y hemos disfrutado de la deliciosa vista del mar procurando no estropearla con la del puerto comercial. Cierran la bahía por el otro lado la península de Plougastel y la Punta de los Españoles completando un paisaje encantador.  Ya en el coche, nos hemos lanzado a buscar inútilmente un arsenal militar de submarinos que Antonio creía recordar que había en Brest (luego resultó que el tal arsenal estaba en St. Nazaire). Presa mi amigo de la sospecha de haberse equivocado, hemos puesto rumbo a Le Conquet y Punta St. Mathieu. Ya de camino, 24 hemos decidido llegarnos en primer lugar a St Mathieu. Un acierto, sin duda. Es el punto más occidental de la Bretañña continental (excluida, claro, Ile d’Ouessant). El lugar lo componen arquitectónicamente elementos tan dispares como las ruinas muy bien ‘conservadas’ como tales de una antigua abadía, la portada de una antigua iglesia del s. XIV (ella sola, sin iglesia), otras dos capillas, un faro moderno, otro en desuso y una torre vigía y de comunicación. Lo más curioso es que, en este conjunto tan heterogéneo, el faro moderno está construido a apenas diez metros de las ruinas de la abadía. En otro promontorio cercano se alza un monumento a los muertos por la patria en el mar (feo como casi todos los de su género) acompañado de un pequeño fortín y ‘adornado’ con dos cañones (nunca entenderé la estética militar). Este promontorio da vista a Le Conquet y comienzo a un camino de costa, seguramente una ‘senda de aduaneros’ de esas tan típicas de aquí. La hemos seguido un buen trecho: el paisaje era subyugador. Un mar increíblemente calmo empujaba con suavidad de lago sus olas hasta la línea de la costa salpicada de arrecifes afilados como cuchillas , de potentes rocas casi negras punteadas de blanco por las gaviotas....

En tierra el contrapunto casi desagradable de una línea de ‘bunkers’ algunos de ellos felizmente ‘tragados’ por la naturaleza. Nos hemos sentado frente a ese paisaje diseñado para el placer; no éramos los únicos. En esta placentera contemplación se nos ha hecho tan tarde que hemos desistido de ir hoy a Plougastel.

De regreso a Lannion, nos hemos detenido en la playa de St. Michel en Grève para disfrutar tranquilamente de la puesta de sol. Pequeño gran placer el que nos ha proporcionado este sol que se fundía en la fragua roja de un mar ardiente.

 

 26 de julio 

Día megalítico hemos tenido hoy: visita a Carnac, Locmariaquer,...

La carretera para llegar a Carnac, entre Ledouac, Pontivi y Carnac, era a tramos una auténtica sinfonía de verdes que cubría casi la carretera. Sólo el camino que hemos seguido por la tarde (¡...!) la ha superado.

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Llegados a Carnac, nos hemos quedado absortos ante el megaconjunto de emplazamientos megalíticos: los alineamientos de Menec, Kermario, Kerlescan (este casi pasado por alto), el ‘cromlech’ de Menec (interrumpido por el caserío), el Tumulus de Kercado, el Cuadrilátero y el Gigante de Manio,....Magnífico todo. Y un poco monstruoso.

Esfuerzo tan sobrehuman28 o ¿con qué fin? ¿para conjurar qué miedos atávicos? Da un poco de respeto tanto terror de aquellos hombres prehistóricos ante lo inexplicado, ante lo misterioso convertido en este ‘disparate’ más allá de la lógica del esfuerzo humano. ¡Qué fuerza la de la religiosidad, la del miedo a lo inexplicable! Uno piensa que estos sentimientos son una muestra más de la debilidad humana; pero una debilidad que avasalla tanto, que da tanta fuerza..... como para empujar a unos hombres primitivos a crear tan descomunal manifestación de arte como son estos conjuntos megalíticos. Estos restos megalíticos y las tremendas catedrales y las magníficas iglesias que abruman con su mole a villorrios mínimos. A mí me da respeto, casi miedo esta fuerza que, por otra parte produce tanta creación hermosa. Esta fuerza del miedo a lo desconocido, de creer en lo que.... simplemente crees sin explicaciones, del hecho religioso me da un poco de miedo : es mal enemigo la religión, cualquier religión. (Corta el rollo, Javier)

Por lo demás todo aquí, en Carnac, rebosa un espléndida pobreza de medios, una grandeza de lo mínimo y máximo a la vez, de lo tosco, de lo natural sometido al artificio otra vez mínimo.... pero inexplicable y misterioso.

Tanto recorrer estos emplazamientos megalíticos nos ha agotado la mañana..... y las fuerzas. Buscamos un lugar tranquilo y sombreado. Comemos tranquilamente y después los conductore29 s nos retiramos a descansar a nuestras habitaciones – léase al coche – y descabezamos un sueñecito mientras las chicas dan un paseíto por el bosque.

Cuando regresan, nos ponemos en marcha hacia Locmariaquer. Allí todo es menos natural en el  entorno de los monumentos, en el montaje: suelo ajardinado, caminos de grava, a la entrada proyección de vídeos,.... Pero los monumentos... sensacionales: el gran Menhir Brisé (20 m y 48 toneladas) hecho cuatro espectaculares pedazos, la ‘Table des Marchands’ con las espectaculares piedras grabadas de su cámara funeraria y el Túmulo Er-Grah cuya piedra de cubierta se debió romper pronto y un fragmento forma parte de la Table des Marchands y el otro se encuentra e la isla de Gavrinis ¡a 4 km en linea recta de Locmariaquer!!! Y desde el propio emplazamiento se disfruta de ¡una vista de la entrada del golfo de Morbihan....! La magia de este golfo nos ha llevado después a continuar viaje costeándolo hasta Vannes: Auray, Bono, Baden, Larmor-Baden (en cuya punta de Berlich hemos cogido y comido ostras), Port-Blanc, punta de Arradon,... Cada vista más hermosa con un mar absolutamente calmo y con un sol espléndido. Casi demasiado plácido para ser el Atlántico, pero ¡tan hermoso! Por fin hemos llegado a Vannes, la capital de la comarca. Sus casas y sus murallas nos han hecho disfrutar. La catedral, no: tenía un aire de falsa, de ‘pastiche’ del s. XIX (y algo de eso hay). El órgano, en cambio, sonaba gloriosamente cuando hemos entrado en ella (ha durado poco). Las casas del entorno de la catedral, con la magnífica sencillez de estas casas br30 etonas, con su estructura de madera en fachada, sus soportales ( a veces), sus conjuntos de ventanas gemelas,... formaban un conjunto precioso con el templo. Las murallas (no muy respetadas en tiempos pasados) están ahora cuidadas con mimo y adornadas con unos espectaculares jardines en lo que fueran sus glacis. Ha sido delicioso este paseo por Vannes.

Caía el sol y faltaban 200 km hasta nuestra casa. Así que ¡al coche! Antonio y yo, como siempre, nos hemos turnado. Pero mi compañero increíble – como siempre – ha decidido pronto que yo había conducido demasiado y ha insistido en tomar el volante. Se lo he cedido y ¡en mala hora, pobrecico! De Pontivi a Guingamp hemos cogido carretera preciosa, con unos paisajes, unos bosques y unas umbrías increíbles pero todo ello alrededor de ¡una completísima colección de curvas de todos los modelos! Por la mañana más holgazanamente habíamos tomado otro camino que sustituía esos 50 km horribles por quizás 100 pero de autovía o buena carretera. El cansancio provocado por la conducción de los 50 de marras ha tenido que ser sin duda mucho mayor.Así que antes de llegar a Guingamp he conseguido que Antonio me dejara conducir para terminar el viaje. Cosa que, por fin, ha tenido lugar a las 22.30 h. Otro día estupendo, aunque un poco agotador.

 

27 de julio

El día de hoy lo habíamos declarado de descanso y relajo. Y así ha sido por la mañana. Nos hemos levantado cuando nos hemos caído de la cama. No, no es cierto: más bien lo hemos hecho cuando la inquieta y sigilosa Mariví se ha duchado y, claro, no ha podido, aun con su diligencia, evitar que el agua de la ducha hiciera un cierto ruido y nos bajara de los últimos peldaños del sueño. Así que poco después hemos ido apareciendo por el salón deseándonos los buenos días entre bostezos. Y entre vistazos más o menos furtivos al jardín y al cielo. Caía una mansa lluvia, una especie de ‘sirimiri’ bretón. En los arbustos del jardín se nos ha revelado la existencia de unas cuantas telarañas. Una de ellas tenía una forma preciosa manifestada por miles de minúsculas gotas de lluvia suspendidas en sus, hasta ahora, invisibles hilos. En medio de su perfecta estructura espiral, estaba la artista: una araña de considerable tamaño en proporción a su tela.

31 Hemos desayunado opíparamente: frutas variadas, queso, mermeladas, ‘barra bretona’, magdalenas y, lo mejor de todo, un café con leche que resucitaba a los muertos como yo a esas horas de la mañana. Nuestros amigos, previsores por ellos y por nosotros, tuvieron la impagable idea (creo haberlo comentado) de cargar con una cafetera para hacer café de verdad. Nuestros amigos bretones nos habían dejado para este menester uno de esos artilugios especialmente diseñados para la preparación de..... agua de castañas.

Una vez cargadas las pilas, nos hemos ido a la compra, al mercado. Hoy habíamos decidido comer un menú de verdad. Hemos traído unos guisantes para hacerlos con jamón y unas doradas que debían pasar por el horno y acabar en nuestros36 estómagos. Cuando empezaban los preparativos de la comida, ha pasado el vecino (que ya conocimos hace dos días y se llama Gerard) a invitarnos a dos cosas: a un concierto de música bretona interpretado por un grupo (especie de ‘big band’ con instrumentos autóctonos) en que toca una de sus hijas, y, además, al ‘aperitif’ en su casa el sábado a las siete y media de la tarde. Ha estado muy simpático y amable. Mariví, que no se corta un pelo, se lo ha dicho en su cara: “Vous êtes très simpa”. El bueno de Gerard se ha puesto un poco colorado. Hemos quedado con él en acudir a ambos eventos. Como el concierto tendrá lugar en un pueblo que se llama Trebeurden, aprovecharemos para conocerlo y acercarnos a sus pintorescos alrededores: la guía dice que, frente a Trebeurden hay una isla a la que, en marea baja, se puede pasar a pie enjuto y las horas anteriores al  concierto son de marea baja: así que... Después de la visita del vecino, hemos comido como señores: las doradas al horno estaban excelentes. La verdad es que nos han sabido doblemente buenas porque al hacerlas hemos temido lo peor: el horno apenas calentaba y ya nos veíamos todos comiendo pescado crudo como si fuéramos japoneses. Al final, tras una feliz ‘probatina’, el aparato ha funcionado. Y las doradas han quedado de chuparse los dedos hasta el codo. Casi sin descansar después de la comida, nos hemos puesto en camino para una excursión corta pero que Antonio y Mariví prometían muy interesante y Gerard, el vecino también. Este nos dijo ayer que la costa de Granito Rosa era lo más bonito de Bretaña. Reconoceré que yo desconté algo de la fuerza de esa afirmación a cuenta del chauvinismo francés. Nos hemos dirigido a Perros-Guirec, un pueblo – grande – de la costa. La intención era visitar este pueblo, Ploumanac’h y Trégastel que forman el corazón de la Costa de Granito Rosa. Perros nos ah sorprendido muy agradablemente con un bonito puerto de recreo y, sobre todo, con un minipuerto. Separado del otro por una calle, se encuentra un gran estanque, sin duda de agua salada, rodeado de jardines y de increíbles macizos de hortensias de todos los colores. Por él bogaban miniaturas de barcos de distintos tipos tripulados por 2-4 pasajeros de toda edad. Los niños iban equipados con chalecos salvavidas. El timón solía ir empuñado por los más pequeños que exhibían gestos de todas las calañas: de lobo de mar, de avezado patrón, de novato manifiesto y, en algún caso, de contenido terror. No se lo montan mal estos franceses.

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Al ver en el plano la lejanía de la ‘pointe du Chateau’ a donde queríamos ir, Antonio ha decidido volver – él, claro, como siempre – a buscar el coche para llevarnos a todos a la Punta. Me he negado y he exigido ser yo el que se desplazara. De regreso al coche me he documentado otra vez sobre el minipuerto.

Una vez al volante y recogido el resto de la expedición, pronto nos hemos visto en la otra parte de la bahía de Perros-Guirec. Hemos ascendido a la Punta por un escarpado sendero y arriba... - ¡qué maravilla! – TODA la bahía desplegaba ante nuestros ojos atónitos su hermosura. Por el lado de tierra firme, el caserío de Perros: casitas unifamiliares, palacetes y pequeños ‘chateaux’ salpicaban toda la ladera rodeados de jardines y hortensias. Por el lado del mar, la bahía, las Siete Islas – a donde iremos mañana de excursión – adornando un mar tranquilísimo y que – con la manifiesta mejora del día – iba adquiriendo un color azul intenso y profundo. Pequeños veleros surcando sus aguas,.... una estampa maravillosa ¡¡ y Antonio y yo nos habíamos olvidado LAS DOS cámaras de fotos!!! ¡Las dos! Hemos hecho propósito firme de volver.

De ahí, de nuevo en coche, nos hemos desplazado a otra ensenada con su playa. Otra preciosidad desde la que se veían ya los primeros farallones de rocas de granito rosa. Por cierto, hablando del granito: hemos observado que TODO está hecho de este material: las papeleras, los bordillos de las aceras, las líneas separadoras de las plazas de aparcamiento,... TODO. Luego nos hemos desplazado a otro mirador sobre el mar. Después a Ploumanac’h. Nunca olvidaré este maravilloso lugar. MUY POCAS VECES recuerdo haber 33 experimentado una emoción estética semejante a la de hoy ante una naturaleza en estado bruto. En muchas ocasiones me he sentido sobrecogido ante la magnificencia de obras humanas como las Pirámides de Ghizé, o Abú Simbel. Pero HERMOSURA como la de la Costa de Granito Rosa, naturaleza en estado puro, en contadas ocasiones me había emocionado tanto. Parecerá una tontería pero se me arrasaban los ojos de lágrimas de la emoción estética ante tanta belleza: el color, la grandiosidad y ¡LAS FORMAS! Las formas increíblemente hermosas de esa obra escultórica de la naturaleza en la piedra. Ha habido un momento en que le he dicho a Antonio: “ Sería el hombre más feliz del mundo si pudiera firmar como escultor aquella roca”. Antonio estaba muy contento de que me gustara tanto. He pensado que le tengo que decir a José Miguel Fuertes que se venga a ver esto y que, si después sigue teniendo valor para esculpir, trasfundirá a sus obras – seguro - miles de estas formas de maravillosa estética natural brotada de la piedra, de ese maravilloso granito rosa. Me gustaría saber decir más pero queda en este rincón del planeta algo..... inefable, que no tiene explicación. Me queda la impresión de que, si intento describirlo, lo degrado. Al menos con mi pluma, así sería. Lo dejo pues.

           Más tarde hemos hecho tiempo en Ploumanac’h pueblo: habíamos decidido esperar a ver la puesta de sol en aquel paraje porque el día estaba completamente claro y el cielo raso. De nueve y media a diez, hemos visto otro espectáculo que merecería mejor historiador: al principio un sol y un ancho reguero de luz en el mar cuyo fulgor impedía mirarlos de frente, casi blancos ambos en su brillo deslumbrante; después, poco a poco, una casi imperceptible variación a amarillos, naranjas, ocres, rosados, rojos pálidos; vuelos de gaviotas y cormoranes que ‘atravesaban’ el sol; pequeños barcos que cortaban su estela en ese mar; por fin, un sol rojo anaranjado que poco a poco se iba ocultando tras una breve franja de nubes que fundía el horizonte. Y después un anochecer..... de imposibles matices rosados en el cielo. Le he dicho a Merche: “Si uno de tus alumnos de Dibujo sabe pintar eso, ponle un 20”. Nadie sabrá jamás hacerlo. Nosotros lo hemos visto hoy. Ha sido un regalo de la naturaleza al que nunca podremos ni sabremos corresponder.

 

28 de julio 

Lo habíamos decidido ayer y lo hemos cumplido: visitar las Siete Islas. Estas Siete Islas hacen la corte desde el mar a la Costa de Granito Rosa. Salen barcos turísticos que las visitan desde Perros-Guirec, Ploumanac’h y Trégastel: nosotros habíamos elegido Perros por ser la salida más próxima.

Cuando nos hemos levantado esta mañana, nadie lo comentaba pero todos estábamos pensando en la porquería de día nublado que había salido. ¡Después del atardecer de ayer! He paseado un poco por el jardín y he entrado proclamando que iba a aclararse el día en el mismo momento en que Antonio traducía, de la radio que estaba escuchando, que el tiempo iba a mejorar. A mí me ha dicho al oído: “Pero por la tarde”. Lo hemos guardado como un secreto entre nosotros para no aguarles el día a las chicas.

37 Hemos salido, tras desayunar, hacia Peros-Guirec. Nos hemos acercado hacia el embarcadero que hay al fondo de la playa de Trestraon. Mirando al mar se te quitaban las ganas de embarcar hacia unas islas que apenas se distinguían entre la neblina que cerraba el horizonte a pocos kilómetros. Pero nos hemos decidido y a las 11.15 h. zarpábamos. La primera parte del recorrido ha consistido en costear los farallones maravillosos de granito rosa que vimos ayer, desde tierra, en Ploumanac’h: un comienzo de buen agüero. La vista desde el mar de aquellos parajes ha vuelto a impresionarme. Todos me tomaban un poco el pelo por mis emociones de ayer. Se lo he aceptado y corroborado, aunque hoy, desde el mar, no me han impresionado tanto. Quizás el conocerlo ya o..., seguro, ha sido la luz: la de esta mañana era una luz fría y mortecina, no como la del luminoso atardecer de ayer. Pero el paisaje seguía siendo maravilloso, sobre todo el de al zona del faro.

El barco, a continuación, ha puesto proa a la Isla de los Monjes. Las distancias son cortas y a las 11.45 h. Hemos desembarcado en ella y nos han emplazado a las 12.40 para volver a embarcar. Hemos subido hasta el faro. Durante todo el camino, el paisaje se mostraba sencillamente precioso, un poco celado por la neblina pero precioso: el mar estaba salpicado de cientos de islotes y arrecifes además de las islas mayores (Ile Bono, Ile Plate y Le Cerf) que están muy próximas y el cielo, surcado por cientos de aves diferentes (gaviotas, cormoranes, urracas ostreras y otras muchas para mí desconocidas).

El agua estaba limpísima: desde el faro y sus caminos de acceso se distinguían perfectamente allá abajo los fondos marinos. Hemos observado que se oía el ruido lejano del mar y el canto de los pájaros porque la gente no gritaba. Lo hemos comentado asomados al lado norte del faro: si la excursión fuera de españoles o italianos estarían todos chillándose; los alejados por ello y los agrupados por vicio.

Hemos acudido puntuales al barco para poder sentarnos en proa. Antonio y Mariví sabían que después venía el plato fuerte: la isla de Rouzic. Bien instalados en proa, hemos podido observar muy de cerca, a pocos metros, un grupo de cormoranes que hacían guardia sobre un islote rocoso muy poseídos de su papel de atractivo turístico; con la negrura del peñasco y de los pájaros contrastaba la blancur38 a artificial de la cresta de la roca y de sus salientes provocada por la acumulación de excrementos de los pájaros.

37 Según nos íbamos acercando a Rouzic la frecuencia de pájaros en el aire ¡y en el agua! se iba multiplicando. A primera vista esta isla sólo llama la atención por estar sobrevolada por cientos, quizás miles, de pájaros y por una mancha clara que se distingue en su parte más alejada. Cuando el barco rodea la isla, de pronto, el aire se llena de miles de cantos, de graznidos estridentes de pájaros, el agua aparece  tachonada de puntos blancos y negros y la isla de Rouzic completamente tapizada del blanco de los pájaros y de sus excrementos. Es una visión como de otro mundo. El graznido de las gaviotas es ensordecedor: he pensado en Hitchcock y en su película ‘Los pájaros’. Pero allí, en Rouzic, la acumulación de aves y el estruendo de su canto no daba miedo; sólo.... sobrecogía semejante amontonamiento. El guía iba explicando que en esa parte de a isla se calculaba que habría unas 20.000 parejas más sus pollos que eran perfectamente visibles en sus nidos desde el barco. No sé cuánto tiempo hemos permanecido al pie de los acantilados que conforman esa parte de la isla de Rouzic, pero ha debido ser mucho, aunque yo no me he enterado hasta que el barco ha comenzado a distanciarse al principio despacio como si la fuerza de las miradas de todos no le dejaran avanzar con rapidez; después ha ido acelerando poco a poco. Por cierto que en ese momento        me he dado cuenta de que nuestro atrevido vaticinio de buen tiempo hacía ya rato – seguramente – que se venía cumpliendo. Seguía flotando una levísima neblina sobre el mar, pero, a través de ella, el sol apretaba de lo lindo. Más tarde en casa me he dado cuenta de que el sol me había puesto rojo quizás más que ningún otro día del verano: como estaba nublado no me había aplicado ninguna crema protectora.

Poco antes de las dos, hemos llegado y hemos regresado a casa a comer . Total por 10 km.... Hemos ido haciendo bromas con nuestros horarios y los de los franceses.

Tras la comida, hemos hecho un poco de reposo y...¡en marcha otra vez! Hoy no había prisa: nuestro único compromiso era el concierto en que actuaba la hija de Gerard, el vecino, y no comenzaba hasta las 9 h. Así que nos hemos dirigido a Trégastel para ir completando de esta forma la Costa de Granito Rosa, Es un bonito lugar también, pero a mucha distancia del increíble Ploumanac’h. Hemos paseado por las cercanías de su playa y luego nos hemos subido al coche para acercarnos a Trebeurden, donde tendría lugar el concierto. Queríamos aprovechar la marea baja para atravesar a la isla que hay frente a uno de los lados de su playa. Bueno, la marea, cuando hemos llegado, estaba baja pero no tanto como para permitirnos ese paseo. Hemos dado otro más pequeño, hemos localizado el escenario al aire libre del concierto y nos hemos comido unos pasteles para distraer el hambre hasta el final dela actuación.  El concierto ha comenzado a las 9 hora española, es decir, a las 9.15 y ha terminado a las 11 h. La verdad es que ha sido divertido. Era una banda de unos 15 jóvenes que interpretaban lo que debían ser canciones bretonas pero con un tratamiento moderno. Lo más llamativo ha resultado que, a mitad del concierto, al principio un pequeño grupo pero después cientos de personas se han lanzado a bailar acompañando la música con sus pasos tradicionales de danza. Era encantador ver a tanta gente de toda edad enlazada en un baile que unos practicaban muy serios, otros alegres y otros con los ojos llenos de emoción. Algo muy vivo y auténtico. Algo de eso que nuestro mundo actual nos ha robado y que muy rara vez nos es dado contemplar.

 

29 de julio 

Anoche me dormí tarde, bastante después de terminar esta notas. Y esta mañana el edredón pesaba y la almohada era tan suave...que casi no despego. Me he ido directo a la ducha, me he metido debajo del agua y he cantado para despertarme, despacito para no escandalizar, como para mí, aquello de ‘There’s a place for us, somewhere a place for us...’. Y me he despertado de verdad.

40 Tras el desayuno que, contra mi costumbre, estoy cuidando con esmero en este viaje, nos hemos puesto en marcha. Para hoy nos habíamos reservado parte de la Côte d’Émeraud, concretamente desde Dinard (no confundir con Dinan aunque estén cercanas y su nombre se parezca) hacia el oeste, o sea, hacia aquí, recorriendo la costa.

                Dinard es una bonita ciudad de vacaciones; quizás nada más que eso, pero bonita ciudad. Al llegar, junto a la primera de sus playas, hemos encontrado un hermoso parque llamado ‘La Vicomté’. Por el nombre y la pinta parecía tratarse de una antigua mansión y su fastoso jardín. En lo alto de la ladera que ocupa completamente este parque cerrado, se encuentra una magnífica mansión. Hemos subido hasta ella, Estaba completamente cerrada. Delante de los ventanales del piso calle, se extendía unja amplia terraza bordeada de parterres cuajados de flores en combinaciones que parecen dominar los jardineros de esta tierra. Las baldosas del suelo, en colores, formaban dos flores de lis y dos signos solares circulares dispuestos con perfecta simetría. Desde esa terraza el panorama del parque era espléndido: enormes prados jalonados de árboles centenarios, un estanque del que salían y al que llegaban los sinuosos canales que acababan por dar forma al parque. Al fondo no se veía la playa – que sí estaba allí – pero se distinguía, al otro lado de la amplísima ría del Rance, la ciudad de St. Malo con su caserío tan uniforme coronado por la catedral. Mi cámara ha recogido esta bella imagen, aunque sospecho que no sabrá reproducirla en su hermosura. Hemos apuntado el sitio por si luego nos apetece venirnos a comer aquí. Y nos hemos metido en el pueblo (un pueblo relativo: 10.000 habitantes). Camino de la playa central y más importante, hemos parado en un mirador sobre la ría que ofrece una vista estupenda de toda ella con St Malo al fondo. Hemos aparcado después cerca de la playa e iniciado un paseo. Se toma nota de la queja de Mariví por la manía que nos tiene la marea que sistemáticamente nos deja estuarios, rías y, a veces, puertos totalmente vacíos de agua. Tiene razón: resulta patética la imagen de un puerto sin agua – el otro día vimos uno -, con los barcos varados en la arena del fondo. Produce una impresión de fracaso radical. Por esa razón, muchos de estos puertecillos, sobretodo los de localización fluvial, están dotados de una pequeña esclusa que impide que se queden vacíos en horas de bajamar.

Hemos hecho un delicioso paseo por la ‘Promenade Pablo Picasso’ que recorre, colgada o tallada en las rocas, el suroeste de la playa. Hemos observado, en la realidad y en el plano de Dinard, que este paseo recorre toda la cornisa de la ciudad hacia el mar y hacia la ría: una bonita obra turística. Aparte de esto, el pueblo no ofrecía mucho más. Así que hemos decidido comer en ruta allá donde encontráramos un paraje agradable. Pocos kilómetros más al oeste, hemos hallado un lugar adecuado, con unas mesas colocadas a la sombra de unos tamarindos. Y allí hemos cumplido satisfactoriamente con alguno de los mandamientos de la ley del cuerpo. Antonio y yo, entre risas, nos hemos tomado para terminar la comida un café solo..... en forma de caramelo de café que confiesa contener un ¡¡4% de café!! ¡A ver si esta noche no pegamos ojo! Porque poco después, en nuestra inconsciencia, nos hemos tomado ¡un segundo caramelo! No sé, no sé.

42 Y hemos seguido ruta ¡Qué dura es la vida del turista! Llevábamos idea de ver St. Lunaire, St. Briac, St. Jacut de la Mer – obsérvese el piadoso recorrido; no se nos pedirá más para ser jueves – y Pointe Chevet. Y hemos cumplido.

Quizás el gran atractivo de la jornada lo proponía el cabo Frehel y, en la misma ruta, el Fort de la Latte. Por este hemos comenzado. Primera sorpresa: el coche se deja en un aparcamiento y se llega al castillo andando.... un buen trecho con una pronunciada cuesta abajo al llegar que luego, claro, se tornará cuesta arriba. El castillo ocupa un paraje extraordinario: está construido en el peñasco saliente de un acantilado. El puente levadizo salva una tremenda grieta que separa el castillo ... del resto del mundo. Como la guía – utilísima – que manejamos no comentaba nada positivo del interior del castillo, nos hemos abstenido de entrar (¡nos cobraban 4.20 euros por persona! Encima con recochineo de céntimos) y hemos apreciado su épico emplazamiento desde los aledaños. Vueltos – con trabajo – al coche, hemos puesto rumbo a cabo Frehel. Ocupa este cabo la punta de una península de notables proporciones que constituye toda ella, cara al mar, un abrupto acantilado. Hemos subido a todo lo alto del faro moderno a golpe de calcetín. No sé cuántos cientos de escaleras ¡un disparate! Pero la vista desde arriba merecía la pena: por un lado otras penínsulas y cabos; por el otro, la misma costa abrupta y allá, no demasiado lejos el ‘Fort de la Latte’ arriscado sobre su acantilado y despreciando al mar tendido a su pie. Ya abajo, hemos hecho un recorrido por la punta y por el lado este del a península. Y allí – es curioso – al este – como ayer en la isla de Rouzic – un enorme farallón de roca, como desgajado de la tierra firme, se había convertido en colonia de cientos de gaviotas, cormoranes, etc...Aquí había muchos menos que en Rouzic, pero formaban en aquel paisaje un entorno interesante.

Completado el recorrido, hemos retomado el coche y puesto rumbo a casa. Pero todavía – fijación o vicio adquirido – hemos ido parando en puntas, playas, puertos,... Por fin, alas 9,15 h. estábamos en Lannion depositando en el correo unas postales que se estaban retrasando.

Estoy cansado de conducir: he hecho yo el camino de regreso y las carreteras eran bastante malas. Menos mal que las paradas han sido abundantes. Seguramente estoy pagando ahora con cansancio lo poco que he dormido esta noche pasada. Así que espero dormir bien hoy. A ver si sueño con algo agradable y no con accidentes de circulación como la otra noche.

  

30 de julio                    

¡Décimo día en Bretaña y puede decirse que no ha llovido nada! Los bretones deben pensar que su ecosistema se ha vuelto loco. Y quizás sea así. Por nosotros, si aguanta cuatro días más no habrá reclamaciones.

De momento el día de hoy ha resultado agradabilísimo: durante nuestra excursión hemos tenido una temperatura entre 23 y 25 grados. Estando en Bretaña, perfecto. Y sin estarlo.

43 Mapa en mano, vimos ayer que nos quedaba por ver una zona de la Bretaña del sur: la de Quimper y la península de Crozon. Y ¡hacia allá hemos puesto proa! Antonio conduciendo y yo de copiloto. Cuando el compañero increíble se resiste a que yo me canse conduciendo, suele aducir que él va muy a gusto conmigo al lado, indicándole las direcciones. Si le haces caso, sería capaz de conducir prácticamente durante todo el viaje. Últimamente ya no le sugiero, le impongo: A partir de ahora conduzco yo. Y se aviene, claro: tiene ganas de descansar un poco; no es de madera.

Hemos tomado camino hacia el sur por unas carreteras secundarias que para mí las quisiera en  España, para ir a Molina, ‘por ejemplo. Hemos seguido la ruta Lannion – Callac – Carhair – Quimper. Esta ciudad era el punto más al sur del itinerario de hoy y hemos decidido quemar la primera etapa hasta allí y subir después de regreso. Quimper me ha sorprendido. Tiene un casco viejo precioso. Su catedral, de muy notables proporciones tiene una peculiaridad curiosa: su estructura toda, a la altura del coro, tuerce ligeramente hacia la izquierda. Nuestro libro-guía recoge las dos explicaciones que se suelen dar a tan curioso fenómeno: 1) que esta inclinación reproduce la de la cabeza de Jesús en la cruz (¡¡¡....!!!); y 2) que – aunque resulte más prosaico – los constructores, de esta forma, evitaron el peligro de inestabilidad que suponía la proximidad del río Odet. La vista exterior de la catedral queda entorpecida por los andamios que cubren una de las torres gemelas que la adornan. Tiene un magnífico conjunto de vidrieras que dan a su interio44 r un aire muy esbelto – como al exterior – y muy luminoso. Frente a la catedral arranca una calle, la rue Keréon, llena de típicas casas bretonas de fachada de entramado de madera vista o de escamas de pizarra. Pero lo que más me ha gustado de ella ha sido lo bien realzada que quedaba su hermosura con la presencia de una serie de excelentes músicos. Nada más entrar en ella un instrumentista solista tañía con notable habilidad un psalterio y más tarde interpretaba una hermosa canción acompañándose con un extraño instrumento tradicional – según más tarde nos ha explicado. Pocos metros más adelante, la sorpresa ha sido mayor: hemos oído una música que hemos supuesto interpretada por algún grupo quizás de cuatro o cinco músicos. No los distinguíamos: estaban rodeados de gente. Cuando nos hemos acercado, hemos comprobado que eran únicamente DOS. Tañían, eso sí, dos instrumentos extrañísimos: una especie de arpa que tenía algún parecido a una zanfoña y de  la que el instrumentista arrancaba una variadísima gama de sonidos; y el otro instrumento no se quedaba atrás: era una especie de guitarra doble - dos cajas , dos juegos de cuerdas, dos clavijeros...Pero lo más agradable, sin duda, era la música que conseguían producir. Les he comprado un CD que tenían a la venta. Como nada hay perfecto en este valle de lágrimas, las chicas nos han hecho pagar el ‘impuesto revolucionario’ metiéndose en unas tiendas de ropa que ¡oh maravilla! estaban de rebajas. En fin, corramos sobre este episodio un ‘estúpido’ velo. Cuando nos hemos dado por satisfechos – perdón, satisfechas – hemos subido al coche y nos hemos puesto a buscar dos cosas: un paraje montañoso llamado Menez-Home que, según los mapas, no queda lejos de aquí y un lugar donde comer. Pero el hambre es muy mala consejera y el ‘rugido’ de nuestras tripas apenas permitía al conductor oír sugerencias del tipo de “allí, en ese ensanchamiento” (donde caía un sol de justicia) o “pues en es45 a entrada de camino” (rodadas y porquería a montón) o... Menos mal que Antonio ha hecho caso omiso y no ha parado hasta un aldea que, al menos, disponía de un prado sombreado junto a las tapias del recinto parroquial. Y allí, bajo un copudo roble, hemos apaciguado nuestras tripas.

Tras la comida, amenizada con una divertida ‘discusión’ sobre el origen de unas manchas traidoras que han aparecido en la pernera del pantalón de Antonio, hemos emprendido camino y nos hemos tropezado con un indicador de carretera que rezaba: Menez-Home. Ya no esperábamos encontrarlo y... nos hemos acercado a disfrutar de unos de los puntos más elevados sobre el nivel del mar de toda Bretaña: unos 350 m. De todas formas la vista que se nos ofrecía desde la cumbre era estupenda: se distinguía perfectamente la península hacia la que nos íbamos a dirigir a continuación: la de Crozon.

Ya en ella, hemos visitado dos ‘pointes’: una de ellas, llamada de los Españoles, con una fenomenal vista sobre Brest y su bahía; y  otra la de Pen-Hir, estrecho promontorio que se mete en el mar y termina en tres islotes-peñascos. Pareciera que los tres se han desgajado de la ‘pointe’ en la inercia de su lanzamiento hacia el mar. Estas costas de Bretaña me siguen pareciendo formadas por los zarpazos que esta brava tierra le lanza al mar. Creo que nunca había visto una costa tan quebrada, tan salpicada de islotes, puntas, islas, promontorios y arrecifes. El otro día leí que, si la costa de Bretaña fuera recta, tendría unos 600 km; así tiene 1.600. Y me parece poco. Después de visitar las puntas de ‘los Españoles’ y de Pen-Hir, hemos decidido iniciar el regreso a Lannion. Antonio, que ejercía de copiloto, nos ha elegido una carretera secundaria más corta. Como suele suceder esto sólo ha sido cierto en cuanto al espacio, no en cuanto al tiempo. Pero ha resultado ser una carretera preciosa. A ratos era flanqueada por inacabables hileras de una especie de abetos gigantescos y de copa compactísima. En otros tramos, la carretera avanzaba por verdaderos túneles vegetales. Bosques apretados, cerradísimos: verdaderos bosques mixtos, naturales. O a nosotros nos lo han parecido. No sólo a nosotros, de todas formas, porque en un paraje de aquellos había un cartel que, al comienzo de un camino, decía: “Sendero educativo de Job, el leñador”. Por fin, un poco cansados, hemos alcanzado la autovía que sí, ha resultado más cómoda para traernos hasta casa, pero increíblemente más fea.

 

31 de julio          

Relax, descanso y tranquilidad. Y relaciones sociales. Así se resume el día de hoy. Nos hemos levantado sin hora. Pero, como Mariví no para en la cama en cuanto despierta, pronto estamos todos en pie. Y ha merecido la pena: Ha sido el primer día que ha aparecido con sol. Sí, he dicho sol. Y no velado por nubes: sol de verdad.

Hemos desayunado con tranquilidad y hemos preparado una lista de la compra de lo necesario para los pocos días que nos quedan.

En este momento querría contar la famosa y conocida por Antonio y por mí como ‘batalla de las chicas’. Se produce - todos los días y en cuantas ocasiones comemos en casa – a partir del momento justo en que estamos llevándonos a la boca los últimos bocados del postre. En ese momento una de las chicas – casi siempre Mariví – arranca velozmente de su silla, se embute en el delantal y ocupa plaza, con gesto de suficiencia, junto al fregadero. Esta jugada se ha visto acompañada por el arranque, casi simultáneo, de la otra que, viendo su situación de inferioridad, protesta ‘Oye, déjame fregar a mí que tú lo hiciste anoche, o a mediodía, o en el desayuno’ ; o bien ‘Me toca a mí que tú has hecho la comida’. La batalla dialéctica continúa, siempre inútilmente, porque la detentadora del dominio ’fregaderil’ nunca se aviene a razones y da fin a su función pese a las protestas de la candidata ‘Pues yo prefiero fregar a recoger’. El público asistente al enfrentamiento – siempre pacífico – agradece la interpretación de otra de las ‘variaciones sobre un tema de Fregadieri’ y colabora en lo que puede sin participar en la refriega (obsérvese la oportunidad del término). Pues bien, hoy, y sin querer pecar de excesivo rigor de cómputo, creo que, a la hora del desayuno, hemos asistido a la interpretación de la ‘variación nº 25’ del dicho tema. Terminada la interpretación y acompañamiento en santa hermandad, nos hemos ido al pueblo a proveernos de las necesarias y antedichas vituallas.

foto bretannaDe camino hacia el mercado iba yo pensando que está bien esta competencia entre nosotros por hacer las cosas necesarias (cocinar, conducir,...) que alivia y suaviza la convivencia continua de unas vacaciones de quince días como estas. Hemos vuelto a comprar en el mercado en que el otro día compramos pescado y ostras de excelente calidad y ‘ a bon marché’ (Es que ya se me escapa el francés: es lo que pasa cuando se domina una lengua con tal fluidez (¡¡¡....!!!!). Yo es que el francés lo domino, cuando me dejan). Pertrechados de lo que el cuerpo nos habrá de reclamar estos días restantes, hemos pasado a la compra de ‘un petit cadeau’ – lo dicho – para los vecinos que nos esperan ‘ce soir’ - ¿eh? – a tomar el aperitivo a las 7 de la tarde. Hemos convenido que era regalo oportuno una maceta muy mona de flores de color lila y amarillo: ha sido la que ha ganado la votación. Y nos hemos ido a comer antes de que ‘sonara el toque de queda’. Hemos cumplido, con el fervor y dedicación que nos caracteriza, con la noble ocupación de alimentarnos. La comida lo merecía. No de menos mérito ha sido el colofón, especialmente brillante hoy, constituido por la interpretación de la ‘Variación nº 26’ de la célebre y nunca bien ponderada - ¡tachán! – ‘batalla de las chicas’ – ta-ta-tachán. Todos lo manuales de la buena no sé si educación o vida prescriben que en este momento del día se proceda al ejercicio del arte de la siesta, famosa aportación del genio español a la cultura mundial. Cierto es que hay pueblos como los de la Berbería, que pretenden adueñarse de la paternidad de la siesta aduciendo que ellos la practican todo el santo día. A ello replican los entendidos en este intrincado tema que tal costumbre berberisca no es sino fruto de la deturpación del hábito español primigenio y, por tanto, posterior. Lo cierto es que, sin quedarnos en estas disquisiciones teóricas, una vez terminada la comida, nosotros pasamos a aplicarnos a la práctica de dicho preclaro ejercicio. En esta ocasión, nuestras chicas han sustituido – casi al completo – la siesta por otro ejercicio noble donde los haya: una disertación sobre ‘trapología’ acompañada de exhibición, análisis y comentario de distintos ‘trapitos’ del propio fondo de..... maleta.

Abandonados a nuestra siesta, pero con resignación, hemos descabezado un tenue sueñecito de apenas... una hora. Dicho sea esto en el caso de Antonio para cuyo despertar han sido precisos varios pases de modelos y comentarios entusiásticos sobre ‘trapología’. Si alguno – tal vez Antonio – arguye que no es cierta tal cosa, le replicaré que en estos papeles mando yo y escribo en ellos lo que es cierto o... l47 o que pudiera haberlo sido de no haberse despertado él antes que yo.

El compañero increíble – una vez recuperado de su sopor (¡toma castaña!) – nos ha propuesto  hacer tertulia en casa y acercarnos después a hacer fotos a la Costa de Granito Rosa hasta la hora del ‘aperitif’. Sabía que yo quería reparar el olvido lamentable de las cámaras de fotos del otro día. Se ha aceptado la moción por unanimidad. Y allá que te va el flamante Ford Mondeo de nuestros amigos llevándonos hacia Ploumanac’h. Yo iba pensando si lo del otro día no habría sido una impresión momentánea de encontrarme ante una maravilla impar. Tenía miedo a que me defraudara hoy. Pues bien, no; no me ha defraudado: era como yo lo recordaba aunque la luz más cálida del otro día le sentaba mejor a este paisaje. Hemos hecho un magnífico recorrido fotográfico y a las siete, con puntualidad.... francesa, pulsábamos el timbre de la casa de los señores Coupier, los vecinos. La tertulia con ellos ha sido extremadamente agradable pese a la barrera del idioma que Antonio supera con soltura y los demás... con tortura. Han resultado tres personas – los padres y una de las hijas – muy afines a nosotros: gente progresista, de izquierdas, amantes de la cultura, viajeros infatigables (han conocido casi toda Europa en bicicleta) y con inquietudes musicales (la chica era la intérprete de acordeón). Total que hemos pasado un rato muy, muy agradable interrumpido por nosotros por la proximidad de su hora de cenar.

Ya en casa, Antonio ha vuelto a proponer si queríamos cenar o ir a contemplar otra puesta de sol en el mar aprovechando un día espléndido como el que gozábamos. Era casi una pregunta retórica y nos hemos puesto en marcha inmediatamente.

A las 9.15 estábamos en Ploumanac’h y, poco después, sentados en una de aquellas increíbles rocas rosas cercanas al faro. La puesta de sol ha sido fabulosa: la sinfonía de colores de siempre ha quedado adornada por unos juegos de nubes como diseñadas por algún artista genial y anónimo. Merche estaba preciosa con aquella luz cálida y suave sobre el rostro. Cuando el cielo ya sólo lucía un pequeño rastro de sol licuado en variadísimas proporciones, nos hemos encaminado hacia el coche. Muchas veces hemos vuelto la vista para llenar, recargar los ojos de aquella belleza.

Después Ploumanac’h, Trestraon, Perros-Guirec y Lannion.

Bon soir.  

 

1 de agosto 

Jornada de tranquilidad y relajo. Así quedó planificada ayer y así se ha cumplido. Nos hemos levantado más tarde que ningún día: eran las 9.20 h. cuando yo he asomado la nariz al salón. Los demás tampoco hacía mucho que habían despegado de las sábanas. Lo reconoceré con humildad: soy el más remolón del grupo. También es verdad que anoche me dormí muy tarde: escribiendo estas notas se me hizo más de la una y después aún tarde bastante en dormirme. Me he despertado a eso de las seis y me he vuelto a dormir. Durante el primer tramo de noche he soñado mucho: recuerdo que paseaba por unas murallas, por la parte exterior de unas murallas y disfrutaba del paisaje y de la compañía, pero me asaltaba un hombre armado, medio guerrero medieval medio extraterrestre, y me arrojaba desde lo alto al foso que era el de la ciudad de Dinan. Claro, me he despertado sobresaltado. El caso es que casi me vuelvo a desvelar; pero, cuando me he dormido de nuevo, ha sido... estilo piedra.

Desayunando hemos decidido, a la vista del magnífico día, ir a la playa. ¡Quién nos iba a decir a nosotros que en Bretaña nos iba a hacer tan buen tiempo que íbamos a poder ir a la playa! Los dueños de la casa en una hojita de ‘instrucciones’ que nos dejaron (cómo y cuándo sacar la basura, cómo desplegar la sombrilla o tender la ropa,...) nos recomendaban una playa preferida de ellos por tranquila, agradable y próxima. (No olvidemos que Lannion está a cinco o seis kilómetros del mar). Hemos decidido hacerles caso: ‘A donde fueres....’

Y pronto nos hemos visto en la playa de Beg Leguer. Françoise y Claude nos avisaban en sus notas de dos cosas:1) que desde el parking a la playa hay unos 300 m de camino; 2) que al final había dos caminos y que, siguiendo el de la derecha, se llegaba a la playa nudista. Estos avisos escondían sendas sorpresas: 1) que los 300 m eran de una pendiente del.... no sé cuántos por cien, eso sí, bien asfaltados y tan nada usados por coches que el asfalto estaba ya adornado de líquenes amarillos; y 2) que la playa nudista estaba separada de la que nosotros hemos elegido apenas por la línea imaginaria que marcaban unas pocas rocas someras que casi no sobresalían de la arena. Hemos dejado la ropa en unas rocas y nos hemos puesto a pasear.

En nuestra parte de la playa, la marea, que estaba bajando, iba dejando a la vista rocas completamente cubiertas de mejillones. Viendo que era práctica común, hemos sacado de nuestro bolso de playa una bolsita de zapatos y la hemos llenado de mejillones de roca con la intención de prepararnos un aperitivo a la hora de la comida.

Yo había hecho el propósito de bañarme en aquellas aguas que se prometían muy frías. Me he puesto a ello pero muy poco a poco porque, efectivamente, el agua estaba fría de..... narices. Antonio hacía bromas a mi costa con una de esas frases que aparecía en el método de Francés que ambos habíamos padecido de jóvenes: “Avec de la patience on arrive a tout” Y efectivamente: poco a poco me he ido acostumbrando al agua fría, muy fría, y al final me he dado un baño estupendo porque el mar, otra vez, estaba completamente en calma. Menos oleaje que hace unos días en el Mediterráneo, en Torredembarra. Poco después, ya acostumbrado, me he dado otro chapuzón. Es muy estimulante bañarse en las aguas frías. ¡Y abre un apetito...!

Como el tiempo estaba delicioso, hemos dado los cuatro repetidos paseos por la playa: era pequeñita y a su escasa longitud había que restar el tercio aproximado que ocupaban los nudistas. La arena, en las zonas en que todavía la humedecía el mar, producía con el sol unos reflejos y brillos muy especiales, dorados, casi metálicos, debidos, sin duda, a las partículas cristalinas de las rocas graníticas erosionadas de que proceden estas arenas.

Mariví se admiraba de que nos estábamos poniendo morenos. Ya le he dicho yo: ‘Pero bueno ¿a qué hemos venido a Bretaña sino a ponernos morenos? Por eso elegimos este destino turístico ¿no? Pues en ello estamos’

Total que, como el sol todavía apretaba – aunque amenazando con ocultarse – y debía ser ya tarde - no llevábamos más reloj que el estómago – y los franceses iban acudiendo a la playa.... después de comer, claro, nos hemos puesto en marcha venteando la casa y la comida. El cielo ha rubricado nuestra decisión con unas leves gotas de lluvia.

Cuando hemos llegado a casa ya no llovía y, como el sol seguía ligeramente cubierto, hemos desplegado la sombrilla y puesto la mesa en el jardín: típica estampa bretona. Apenas dispuesto en la mesa el aperitivo de mejillones al vapor – que, por cierto estaban excelentes aun recordando las miserias que he pasado para limpiarlos – el sol ha desplegado toda su potencia agosteña y, durante la comida, hemos llegado a pasar calor y a estar incómodos. Antonio estaba un poco serio y, al final, hemos conseguido arrancarle la confesión de que le dolía la cabeza: mi compañero increíble se debía haber estado aguantando su dolor mientras paseábamos una y otra vez aquella playa – menos un tercio – bajo los rayos del sol. No quería decir que le dolía la cabeza por no molestar, seguro. Lo dicho: increíble.

Esta tarde, después de cumplida la siesta, - mantengamos las jerarquías de valores, por favor – nos hemos acercado a ver una estación de telecomunicaciones muy importante que ha convertido este pueblo en un centro nacional de comunicación vía satélite y que ha contribuido notablemente a su crecimiento. Tras una valla de notables proporciones, se distinguía un buen número de enormes esferas y pantallas blancas y alguna edificación muy moderna salpicando el bosque. Se deben organizar en época escolar multitud de excursiones de estudiantes a este centro de Telecomunicación porque , en los alrededores han montado una ‘aldea de Asterix y Obelix’ para uso y disfrute de la población infantil y juvenil y para redondeo del negocio de cierta población adulta.

Para después de esta visitilla, ya teníamos planeada una cena en una crepería que nos habían recomendado los dueños de la casa. Hemos cumplido con el programa y hemos cenado muy bien: recordaré por mucho tiempo una crepe de nectarinas caramelizadas con azúcar moreno y licor de melocotón. ¡Soberbia!

De vuelta a Lannion, hemos dado un paseíto por el pueblo supongo que para volver a comprobar la NULA marcha nocturna: la misma de todos los días y, siendo domingo por la noche, un poco menos, si cabe. Llegados a casa, hemos salido al jardín a hacer un poco de tertulia doméstica a la luz de.... unas copas de oporto y, eso sí, en voz baja porque el jardín comunitario estaba completamente oscuro y desierto.

Mañana hay que madrugar: nos vamos a St. Malo y a Mont St. Michel. Esperaremos allí a que suba la marea cuya pleamar está anunciada para las 21,45 h. con un ¡99 % de su cota máxima anual! Después de ese espectáculo natural, tendremos que regresar aquí y hay unos pocos kilómetros. Así que ¡a dormir!

 

2 de agosto 

Nuestro último día de excursión bretona. Mañana toca descanso y preparación del viaje a París y, cuatro días después, a Jaca. Todo pasa.

41 En función de la pleamar más alta, habíamos dejado para hoy esta excursión – ya normanda – a Mont St. Michel y le habíamos añadido por proximidad St. Malo. Esta ciudad ha resultado ser la patria chica de Jacqueline, la vecina de Lannion que nos invitó el otro día al aperitivo, la mujer de Gerard. Y Malo es el nombre que figura en la puerta de mi habitación, el del niño de la casa. (Según estoy escribiendo, tengo un cartel a la altura de mi vista que reza: ” Je suis Malo. Ni ‘oar brezhonec” (que, diccionario en mano, deduzco que debe querer decir ‘Nosotros hablamos bretón’)

Hoy, haciendo violencia a mi costumbre y a mis inclinaciones innatas y largo tiempo cultivadas, nos hemos levantado pronto; bueno, no demasiado, la verdad: antes de las ocho. Aunque he de decir que a mí, en vacaciones, me parece una hora casi obscena de levantarse. Y durante el resto del año, pues, hombre, no me lo parece porque hay que ir a trabajar. Pero prometo desde estas líneas firmemente que, en cuanto me quite de la dependencia del trabajo, - o sea, en dos años – no volveré a cometer jamás este pecado si previamente mi cuerpo no me lo convierte en necesidad. O a no ser que deje de ser pecado porque haya, como hoy una buena razón para ello, o dos: St. Malo y Mont St. Michel. (El otro día comentábamos con Jacqueline que el pueblo bretón ha tenido que ser muy religioso: son innumerables los nombres de lugar que comienzan por ‘Saint’ o por los equivalentes bretones ‘Loc’ y ‘Lan’)

Hemos desayunado con la ya habitual dedicación y solvencia. La nota realmente sorprendente ha sido que no hemos asistido a ninguna ‘variación’ sobre el famoso tema de ‘La batalla de las chicas’. Habrá que observar si mañana se interpreta alguna o no. Igual es que...; no sé: observaremos.

Nos hemos hecho a la carretera tras repostar en un hiper: es saludable esta costumbre de vender el gasóleo entre diez y quince céntimos más barato en estos establecimientos. Si puedes planear el repostaje, merece48 mucho la pena: hay que pensar que, como hemos observado al salir de casa, llevábamos hechos 3.660 km desde que salimos de Jaca.

El viaje a Saint Malo es cómodo: el único inconveniente han sido las dos pequeñas tormentas que nos han caído encima. ¿Se podrá creer que estas han sido casi las únicas lluvias que hemos tenido? Al entrar en St. Malo, otro inconveniente: el puente para cruzar la ría hasta la zona de la Grand Porte estaba cerrado para dar paso a la entrada y salida de barcos. Se ha armado un atasco fenomenal pero nadie ha protestado: son muy pacíficos o están acostumbrados.  Una vez estacionado el coche en los aparcamientos que existen entre la Gran Puerta y el Hotel de Ville, nos hemos lanzado a callejear. Es bonito este St. Malo y muy característico: realmente tiene un sello, un carácter definido, quizás demasiado definido y uniforme. Pero nos ha gustado, especialmente, el paseo por los adarves de las murallas: da una idea bastante clara de la ciudad y te describen perfectamente su entorno marítimo. Esos tres fuertes, en islas y península frente a la ciudad, me parecen, hoy día, caros e inútiles juguetes de guerra. Uno de ellos, situado en medio de la desembocadura del Rance, entre Dinard y St. Malo, fue construido de manera que, en pleamar, las olas rompen contra sus muros para negar así a los ingleses – parece ser – la posibilidad de desembarcar en el islote que ocupa. Hoy parece una estrategia de batallita de Exin Castillos.

Nos ha llovido algo durante el paseo, pero poco: como para no llegar a sacar el chubasquero. En vista de que aquí el tiempo no estaba muy seguro, hemos decidido ir a buscar lugar donde comer en el camino entre St Malo y Mont St. Michel.

La carretera que lleva de un lugar a otro no nos ofrecía ningún área de servicio. En un momento, nuestro conductor, Antonio, ha decidido que en aquella salida hacia un pueblo que se llamaba Sains encontraríamos algo de nuestra conveniencia. St. 50 Malo y St. Michel nos ha protegido: inmediatamente nos hemos tropezado con un cartel que decía ‘Bois de ...’ no sé qué y debajo la señal de lugar de pic-nic. Y allá que nos hemos ido. Nos hemos encontrado con un ‘estanque’ – decía un cartel que en España hubiera dicho ‘lago’ – rodeado de mesas y bancos de madera perfectos para nuestra comida campestre. Antonio y yo, como ‘tour operators’ del grupo, hemos empezado a presumir: ‘¿Bueno, este lugar ya lo teníamos previsto y elegido desde hace días para la excursión a Mont St.Michel. No os lo habíamos querido comentar para daros una sorpresa ¿os gusta?’   Sí, les gustaba, pero no ese han tragado el ‘pegote’.

Tras la comida, Antonio ha echado una cabezadita en el coche y, entretanto, las chicas y yo nos hemos dado la vuelta entera al estanque. Tenía, todo alrededor, una franja no regular pero siempre bastante ancha de hierba segada, un camino de grava y, de vez en cuando, unamesa y bancos de pic-nic. Cuando llegábamos a la carretera de regreso, Antonio estaba ya esperándonos con el coche en marcha.52G

Llegar a St. Michel nos ha costado poco. Hemos bajado – o nos han bajado – al aparcamiento  grande, situado en nivel inferior al dique, y, cuando ya habíamos pagado, hemos visto un cartel que avisaba que ese aparcamiento quedaría anegado a partir de las 7.30 h. Hemos aclarado que nosotros pensábamos quedarnos hasta la marea alta (o sea hasta después de las 9.30); entonces nos han señalado que debíamos aparcar en el dique. Así lo hemos hecho. La visita ha comenzado con la vista de la estampa de Mont St. Michel, espectacular a pesar de que, en ese momento, estaba rodeado de una enorme extensión... de arena. La subida hasta la abadía ha sido un poco agobiante: había mucha gente – que afortunadamente parecía marcharse – y hacía un calor pegajoso. Ello, combinado con la continua y dura pendiente, ha tenido como efecto la siguiente estampa: los cuatro acalorados y sudorosos, acaparando un banco de piedra que, según decía Antonio, había que disfrutar porque no nos hacíamos idea de cómo se cotizaba un banco de piedra fresca a las seis de la tarde en un día cálido de agosto en Mont St. Michel. Ya descansados e informados de que, a partir de esa hora, se podían escuchar distintas músicas en diversas dependencias de la abadía, hemos subido los escalones que nos separaban todavía de ella. Parada un las primeras barbacanas de la abadía para disfrutar de la vista que desde allí se nos ofrece y para ‘hacer una visita al Sr. Roca’.

Ya dentro de la abadía, en la iglesia, sonaba - por megafonía - música de un compositor catalán actual (no recuerdo el nombre). Nos hemos sentado a escuchar y a ver, de paso, la iglesia. Es curioso que en esta tierra es muy frecuente la mezcla de estilos pero no en sentido vertical, como en España, - iglesias románicas con cubierta gótica, por ejemplo – sino en sentido horizontal: el pórtico y la primera mitad de la iglesia de estilo cercano al románico y la segunda mitad, gótico flamígero. Un conjunto fastuoso.

De ahí hemos pasado al claustro, muy peculiar también: las columnas dispuestas en doble fila y al tresbolillo y con un lateral literalmente colgado sobre el mar y con vistas a él. En el elegante r53efectorio de la abadía también sonaba música pero, como aquí no había dónde sentarse nos hemos demorado sólo el tiempo necesario para la contemplación. Allí comenzaba el laberinto de la abadía: pasadizos extraños, escaleras, corredores y salas sorprendentes. Como la ‘sala de huéspedes’ adornada de enormes ventanales, de dos hermosas chimeneas y, en ese momento, con la música en directo de un violonchelista. Como queríamos hacer hora para contemplar la subida de la marea, hemos reposado en esa sala escuchando con delectación y tranquilidad la música de aquel instrumentista. Por los ventanales observábamos el progreso de la marea. Cuando ya se la veía claramente progresar por las cercanías del Mont St. Michel, hemos continuado la visita.

En aquel dédalo de pasillos, escaleras y capillas estaba expuesta, en un espléndido montaje, la obra de un artista plástico bretón. Y en el momento en que ya creíamos que, al salir al exterior, terminaba la visita nos hemos encontrado con el último espacio musical: en un sobrio jardín asomado a poniente y a la subida de la 52 marea, sonaba una música electrónica y de percusión inesperadamente adecuada al lugar y momento de la audición: una música que yo calificaría de ‘líquida’.

Con este acompañamiento musical, hemos asistido a otro regalo de la naturaleza: la rápida subida de la marea por esta playa enorme y extremadamente plana que rodea el Monte – se dice que en marea baja el mar queda a 15 km de aquí – y la conversión de Mont St. Michel en una península unida a tierra sólo por un estrecho dique. Un magnífico espectáculo en medio de una soberbia puesta de sol que justifica todo un viaje. Habíamos elegido el día de hoy para venir a Mont St. Michel porque estaba previsto que la marea alcanzara el 99 % de su altura máxima anual. Pues bien, tanto ha sido así que al llegar a la puerta baja de la muralla, por la que habíamos entrado, estaba inundada y el acceso a la pasarela de madera que conectaba por el exterior con el dique sólo era posible descalzándose. Así lo hemos hecho. Nos hemos puesto un poco nerviosos.... Después del remojete, nervios y enfado, hemos descubierto que....¡había otra puerta! para salir a pie enjuto de la muralla. Alguna cosa menos agradable nos tenía que pasar en un día que, por lo demás, ha resultado maravilloso. Y lo siguió siendo. Mientras cenábamos un bocadillo, fruta y pastel de St. Michel, hemos vuelto a asistir, esta vez desde abajo, a la pleamar completa y a la visión total de Mont St. Michel como casi, casi una isla en medio de la puesta del sol que dejaba el Monte a contraluz.

Cuando ya se hacía de noche y comenzaban a iluminar artificialmente todo Mont St. Michel, hemos subido al coche y, tras un episodio de ‘batalla de los chicos’, lo he conducido yo hasta Lannion. En la primera mitad del viaje, hemos atravesado dos o tres tormentas espectaculares y sucesivas. Pero, al llegar aquí, nos hemos percatado de que en Lannion no había caído ni una gota de lluvia.

Tengo un sueño derrumbador. Mañana será otro día. Bueno, EL OTRO. No creo que continúe estas notas en París: por eso se titulan ’15 días en Bretaña’

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3 de agosto, último día

¿Cómo nos irá por Bretaña? ¿Qué tal será la casa? ¿Y la gente? ¿Tendremos buen tiempo? Todo está ya contestado, todo visto y experimentado, todo disfrutado. Está bien que me haya quedado el último el verbo ‘disfrutar’: resulta definidor, conclusivo porque sí, hemos disfrutado MUCHO. De esta hermosa tierra de Bretaña, de sus ciudades, pueblos y aldeas, de su naturaleza a trozos dulce, casi tierna, a trozos inescrutable y selvática, a trozos ruda y de una hermosura impar.

Sus gentes me han parecido discretas y alegres, sobrias y gentiles, amables en el sentido literal de la palabra: capaces y dignas de ser amadas. Me ha llamado la atención la capacidad de esta gente bretona de amar lo suyo sin excluir lo ajeno: sus costumbres, sus bailes, su lengua,... El otro día nos decía Gerard que aquí son pocos los que estudian bretón entre los chicos jóvenes. Ante nuestros comentarios sobre el caso opuesto de Cataluña o Euskadi en España, él sentenciaba como añorando: “Es difícil el equilibrio”. Me pareció una opinión sensata, llena de......equilibrio. Jacqueline, la bretona del grupo, compartía la idea.

Hace unos días Mariví me preguntaba qué ciudad de Bretaña me había gustado más. De ciudades quizás la que más me ha gustado haya sido Dinan: a pesar del gentío de su fiesta ‘des remparts’, me pareció un núcleo urbano lleno hasta el lujo de hermosa arquitectura tradicional y culta, una joya. Son también muy atractivas Vannes, Quimper, Morlaix, St. Malo. No, en cambio, Brest, ni Dinard. De poblaciones menores, recuerdo con mucho gusto Carantec, St. Pol de Leon, Tréguier, Perros-Guirec. No Roscoff. Guardo celosamente en el recuerdo monumentos ciomo Carnac, los ‘enclos paroissiaux’ (Lampaul-Guimiliau, Guimiliau, St. Thegonnec), la iglesia y entorno de Folgoët, las catedrales de Tréguier y Quimper,.... De enclaves naturales, sin dudarlo un instante, me quedo con la Costa de Granito Rosa y, sobre todo, Ploumanac’h; también con la isla de Rouzic, con Cabo Frehel, Pointe Pen-Hir,, St. Mathieu,....Y seguro que, si no se tratara de sitios sino de personas queridas y admiradas, iba a tener serios problemas de olvidos no deseados: los que arriba he mencionado no son todos los sitios preferidos, sistemáticamente seleccionados y enumerados; se trata de una apelación al recuerdo espontáneo de cosas admiradas – así, sin artículo -, no de las cosas admiradas. Ahora mismo añadiría los bosques de los ‘Monts Arrêt’ que atravesamos viniendo de la península de Crozon ... Y seguro que otros muchos lugares hubieran merecido la mención que no he hecho.

Otra cosa de la que hemos disfrutado ha sido la amistad, la nuestra, la de nosotros cuatro. Yo, sobre todo, la de Antonio con el que he compartido confidencias, comentarios en serio y muchas risas sobre cualquier cosa, incluidos nosotros mismos. Este ejercicio de la ‘autoburla’, de reírse de uno mismo, que no alcanza la categoría de autocrítica, constituye, sin embargo, una magnífica higiene mental. Con Antonio es fácil embarcarse en ella y yo se lo agradezco. A Mariví le debemos esa labor suya de agujón espoleador que nos ha empujado, como siempre, a verlo todo, a no dejarnos nada. Ello nos ha conducido, a veces, a deliciosos hallazgos. De haberle hecho las fotos sin avisar, seguro que nos hubiera salido movida: no nos ha dejado parar con su curiosidad universal.

Una historia testigo de esta actitud amiga de ambos fue, efectivamente, la del reparto de habitaciones. Antonio y Mariví ocuparon, como era lógico, la de matrimonio pero, ya comenté, avisaron de que ‘ya nos arreglaríamos’. Como suponía yo el primer día, pasada una semana, ambos nos propusieron, muy serios, que pasáramos nosotros a ocupar la habitación de matrimonio. Mariví, sobre todo, se puso muy ‘pesada’. Sólo no se produjo el cambio porque Merche y yo nos negamos en redondo. Eran muy capaces los dos de haberlo hecho: son unos compañeros increíbles.

El día de hoy ha sido de cierre (comprar sólo lo justo, llevar sábanas y toallas a la lavandería,...), de preparación del desplazamiento de mañana (decisión del itinerario, del sistema de búsqueda de hotel, estudio del programa de los tres días parisinos,...) y de aprovechamiento, sobre todo por parte de nuestras chicas, de una especie de jornada de ‘comercio en la calle’ que se celebraba hoy en Lannion. Unos ‘trapillos’ de nada han sido el resultado de unos buenos ratos de hurgar y merodear por un montón de tiendas y puestos callejeros.

Por la tarde hemos recogido las ropas de la lavandería y hemos dado nuestro último paseo por Lannion. Al llegar a casa ha pegado la hebra con nosotros una vecina que no conocíamos de nada. Nos ha contado sus vacaciones en España (en Salou) desde jovencita y muchas cosas más. En ese momento han llegado Jacqueline y Gerard, los vecinos. Nosotros llevábamos idea (y así se lo habíamos anunciado días atrás) de pasar a despedirnos de ellos. Pues bueno: venían de comprar una selección de seis tipos diferentes de cerveza de fabricación bretona para invitarnos en la despedida. Hemos pasado, un rato después, a su jardín y hemos celebrado con ellos nuestra amigable convivencia. A su hora de cenar nos hemos despedido y retirado. Constituyen una pareja excelente y amistosa que, aparte de su trato atento y exquisito, nos ha aportado la tranquilidad de sentir que podíamos acudir a ellos en caso de cualquier problema. Estando tan lejos de lo tuyo y los tuyos esto serena y tranquiliza.

Ya tenemos hechas las maletas. Ya se ha terminado nuestro viaje, nuestros 15 días en Bretaña. Yo, desde luego, no descarto volver por estas tierras. Me han dejado en el paladar del alma un regusto íntimo, dulce y hermoso.

A bientôt, Bretagne.